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Yago Lamela, durante su espléndida actuación de 1999 en Sevilla.
El saltador que no supo vivir sin competir

El saltador que no supo vivir sin competir

El asturiano salió de su primer bache deportivo en Valencia, junto a Rafa Blanquer: «Era un tipo muy peculiar, pero encantador»

FERNANDO MIÑANA

Viernes, 9 de mayo 2014, 12:34

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La vida de Yago Lamela estuvo atiborrada de sorpresas. Demasiadas sorpresas. La última llegó ayer, cuando fue hallado muerto en su domicilio en Avilés. Sólo tenía 36 años, un exitoso pasado en el salto de longitud y un presente repleto de dudas. El mundo del deporte se quedó helado cuando corrió la noticia de su deceso, de un adiós a deshora del que fue uno de los personajes más populares del atletismo español.

La fama le cayó de golpe a Yago Lamela (Avilés, Asturias; 1977) en 1999. Su actuación en el Mundial de Maebashi fue la primera sorpresa. En aquel campeonato se batió con Iván Pedroso, y estuvo a punto de llevarse una medalla de oro en una especialidad, el salto de longitud, con un magro palmarés en España. Un salto prodigioso de 8,56 metros obligó al cubano a superarse y alcanzar los 8,62. Unos meses más tarde, en Sevilla, en el Mundial al aire libre, volvieron a encontrarse. Y el resultado fue idéntico. Pero después de aquello Lamela nunca volvió a ser el mismo.

Cuando el asturiano regresó a Avilés contempló un mundo diferente. Iba por la calle y toda la gente torcía el cuello. Entraba en un bar y sólo escuchaba cuchicheos. Y no tenía carnet de conducir y tenía que meterse cada día en un autobús. Se convirtió en un suplicio. «Lo pasé mal», reconocería años después. La fama no sólo le maltrató, también le dio un jugoso contrato con una empresa de telefonía por una cifra inusual para el atletismo.

Como casi siempre sucede en el atletismo, Lamela llegó a este deporte por casualidad. El origen podría fijarse en la playa de Xagó, donde su padre propuso un juego: hizo una raya en la arena y retó a los niños a ver quién llegaba más lejos. Yago fue el mejor. En su primera competición saltó 3,80 en un concurso para benjamines. A los 14 años ya se unió con Juanjo Azpeitia, con quien logró aquellos dos formidable saltos de 8,56. Nunca dejó de progresar. Y superó los ocho metros, la barrera que diferencia a los buenos del resto, con sólo 18 años.

De su primer bache deportivo salió en Valencia. Junto a Rafa Blanquer, con quien compartía la pasión por los coches. Lamela se compró un descapotable y comenzó a volar por encima de los ocho metros. Los Juegos de Atenas parecían estar esperándole. Pero entonces su tendón de Aquiles dijo basta. Su pierna de batida no soportaba muchos más impactos y eso arruinó su competición. Intentó recuperar el tiempo perdido pasando por el quirófano, pero el avilesino ya no levantó cabeza. Blanquer se quedó destrozado al conocer la muerte de su pupilo. «Estoy muy mal. Hacía tiempo que no hablábamos, pero algunos atletas me habían dicho que estaba bien. Era entrañable. Era un tipo muy particular, que había que saber llevar, pero encantador». Blanquer ya se había dado un gran susto en 2005, cuando Lamela se estampó y su coche quedó destrozado. Entonces dijo que le salvó su fortaleza, su cuerpo de atleta.

Aún le quedó un intento de volver al atletismo, pero se quedó en nada y en 2009 lo dejó. En 2011, después de una crisis, tuvo que ser ingresado en el Hospital San Agustín de Avilés, pero salió y poco a poco fue rehaciéndose. Siguió su vida, aunque con medicación, y hasta se atrevía a dar consejos a quien caía en una depresión como la suya. Hasta que ayer fue descubierto muerto en el domicilio de sus padres. El atletismo nunca olvidará al genio que desafió a Pedroso.

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