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Ponce toreó con su proverbial y difícil elegancia. LP
Ponce y Román, orgullo del toreo valenciano en Zaragoza

Ponce y Román, orgullo del toreo valenciano en Zaragoza

Talavante, Cayetano, Ureña y Roca Rey triunfan en una renovada feria del Pilar

Domingo, 15 de octubre 2017, 00:16

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Román en la apertura y Ponce en el meollo de la feria del Pilar, los dos con mucho corazón y poca espada, mantuvieron en lo más alto la bandera valenciana del toreo. Coraje juvenil uno, sazón de maestro el otro, fueron protagonistas destacados en la capital maña. Ellos y Cayetano, herido con mucho honor, también Garrido que pasó por el mismo cruento trance, Ureña que no cesa, Talavante que llegado este tiempo, todos los años, se inspira a la vera del Ebro y Roca Rey que llegó como un avión. Sucedió con motivo del Pilar, feria que ha recuperado viejos prestigios, donde la temporada echa el telón. Zaragoza la ultima de primera. Luego viene Jaén, hoy mismo, y el goteo de algún montaje de quien quiere sumar por sumar, la gotilla de la desesperación, un por si acaso, pero la temporada que pesa, la que cuenta, se acaba en Zaragoza, así que próxima estación Valencia, Fallas, la primera de primera.

Siete meses después de que arda la última falla, al Pilar llega quien llega, solo los que tienen motivación y fuelle extra, por eso la lista que abre este resumen tiene especial mérito y trascendencia. Ellos tendrán sitio destacado en la parrilla de salida de la temporada próxima. Lo de Román fue de impacto, tanto que pese a pinchar los dos toros y quedarse sin trofeos, salió con la cotización al alza y tanto profesionales como aficionados hablan de Román como uno de los valores a tener en cuenta, de tal manera que su nombre comienza a ser carne de rumorología. Casas grandes se interesan por su futuro, significa que si fuese futbolista estarían preguntando por su cláusula de rescisión. Los rumores están en la calle y aunque no se sabe si es lo que más le conviene al futuro del valenciano, se contempla como prueba de su ascenso. Las profecías en el toreo no caben, en realidad de profetas está lleno el baúl de los desacreditados, pero un buen y ordenado invierno, una campaña americana ajustada y de calidad, sólo se torea donde haya garantías, dinero y prestigio y dos tardes en las Fallas, sería la rampa de lanzamiento ideal en el 2018. Ese es un tratamiento que necesita Román y la misma Valencia, no habría mejor promoción que otro nombre valenciano en el cartel, alguien que compartiese responsabilidad patria con el gran maestro.

Lo de Ponce tiene difícil encuadre. Hace años que dinamitó la capacidad de asombro de propios y extraños. Su actuación en Zaragoza, tiempo en el que a los grandes comienza a faltarles el oxígeno, desborda todos los límites. No se pude embellecer más la técnica, ni ponerle mayor pausa a la guerra ni más colmillo a la ambición, ni torear mejor a un toro desabrido al que era difícil encontrarle soluciones. Pues se las encontró y lo toreó como si fuese el más leal colaborador, como si aquel juanpedro fuese realmente artista cuando era un rudo uro a la caza de ventajas. Le concedieron una oreja, el público se desgañitó pidiendo la segunda, el presidente se cerró en banda sin reparar que tardes anteriores había premiado con el mismo trofeo faenas cargadas de vulgaridad y lástimas. En su segundo juanpedro Ponce se arrimó, volvió a arrimarse como si tuviese que ganarse la feria próxima. A eso se llama vergüenza torera o responsabilidad de figura.

Talavante y Cayetano

En la feria hubo dos puertas grandes, significa que sólo dos matadores cortaron dos orejas en un toro. Son imperativos del reglamento aragonés, dos en un toro o sale usted por la otra puerta. El primero fue Cayetano que cambió la puerta grande por la puerta de la enfermería. Lo suyo fue la escenificación del toreo más épico. Una vez más se pasó su impericia técnica por el arco de su amor propio, se podría decir también del valor y redondeó una excelente faena a cambio de una cogida espeluznante de la que se levantó claramente herido. Nada que le afligiese. Se levantó, peleó para desprenderse de las asistencias, cuajó la mejor serie de muletazos, tumbó al oponente de una gran estocada y se dejó llevar, ahora sí, a la enfermería. Fueron dos orejas al honor.

Lo de Talavante transcurrió por esos caminos personalismos de su toreo en los que mezcla el arrojo y una extraña elegancia, un aroma de misterio y un trazo técnico claramente dominguinesco. El tipo confía el gobierno del toro a sus muñecas, eso es lo que hizo en Zaragoza: fijó los pies, diría que echó el ancla y desplegó velas con sus brazos largos, larguísimos, cual fuesen los molinos propios de su figura quijotesca. Velas templadas que rápidamente convertían en brisa las embestidas huracanadas de los toros. Lo hizo ante dos buenos ejemplares de Cuvillo que entre sus cualidades hay que destacar la buena suerte, la suerte de toparse con Talavante inspirado. Como cabe suponer el público enloqueció, le entregaron tres orejas y se lo llevaron en hombros con su media sonrisa, su rostro huesudo y su vestido catafalco y azabache que más le acercaban a las imágenes de Salzillo que a la euforia que se supone para momentos así. Aunque esta no ha sido su mejor temporada, en Zaragoza puso las cosas en su sitio.

Lo de Ureña es otro caso. Constancia, valor y pureza... es el credo del que no ha abjurado en toda la temporada y no lo iba a hacer en Zaragoza y como las lealtades tienen premio cortó una oreja de cada oponente y se fue en hombros por la puerta de cuadrillas, tránsito que no impide el reglamento. Y acabo con Roca Rey, tremendo, asustó al miedo, se rebeló contra los mayores y rindió culto a la rebeldía. Su quite por gaoneras quedó en la memoria de los aficionados, no se puede torear más cerca ni más abandonado al albur, a lo que Dios quiera. Como aquella tarde de Fallas de 2016, también en competencia con Talavante, fue un bárbaro llegado de Perú, más que cóndor un avión.

Y al final Marín y Padilla

Y en la última corrida de toros de la feria Ginés Marín y Padilla le dieron otro empujón a la feria. El primero cuajó un faenón y el Pirata escenificó un trasteo de su repertorio particular entre el entusiasmo general. López Simón que cortó la oreja del quinto se quedó a pie. La plaza rozó otro lleno.

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