Borrar
Lotería Cuatro jugadores ganan 50.630 euros con el sorteo de la Primitiva de este jueves

La piel del miedo

Los vestidos de torear incorporan novedades sin escapar de la tradición | El invierno es el tiempo para ir al sastre, que confecciona las prendas que se estrenarán en las ferias. La moda en el ruedo la marcan las figuras

José luis benlloch

Jueves, 23 de noviembre 2017, 14:27

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Lo primero que llama la atención del recién llegado al toreo son los vestidos de luces. El colorido, su magnificencia, la autoridad que impone, el respeto que merece, su simbolismo. Si uno no se ha vestido de luces no es torero. Es la frontera entre el aficionado y el artista. Oro para los matadores, ellos pueden elegir, plata para las cuadrillas de a pie, el azabache, luto o elegancia para quien quiera o para quien le toque el infortunio. Los grandes espadas de todos los tiempos le rinden culto, es su segunda piel, compañero de sudores y miedos, víctima en las apoteosis y en las tragedias, hay uno para cada ocasión, para cada edad si me apuran. Los claros para los inicios, el blanco, que tiene mucho de nupcial, se hizo recurso para las alternativas, los oscuros para las canas, el tabaco, el azul noche, el catafalco, el verde botella o el grana de los valientes... Usted, ciudadano de tendido, si no es un Adonis no se le ocurra probárselo, se deprimiría. No hay nada más chivato de las imperfecciones físicas y/o los michelines que un vestido de luces. Es pura tradición pero no reniegan de la innovación, así que todos los años en las sastrerías especializadas surgen nuevos diseños, se aprecian tendencias y algún atrevimiento.

Más que los sastres, la moda la marcan las figuras. O tienen su espaldarazo, la lucen ellos, Ponce, Morante, Tomás... en una tarde importante, o las novedades se quedan en el cajón del anonimato. Así que colores y diseños nuevos llevan el nombre del matador que los mostró por vez primera. Las hojas de naranjo que encargó e hizo propias Ponce, son el ejemplo. El diestro valenciano abonado durante muchas temporadas a un bordado llamado de jarrones decidió en 2015 rendir homenaje a la tierra y ordenó bordar su vestido con hojas de naranjos y la flor del azahar en su espaldar y en las bandas de la taleguilla. Decisión que no impidió que en las ocasiones especiales se saliese de lo que es tradicional como ocurrió en la corrida homenaje a Picasso en Málaga este año, en la que lució un bordado de clara influencia picassiana al que añadió una pequeña paloma de la paz bordada en el espaldar y en las bocamangas que, aseguran, diseñó su esposa. Ya en otra ocasión lució un recargado modelo de Lorenzo Caprile para celebrar su corrida número dos mil.

Enrique Ponce. El diestro valenciano con el goyesco de Caprile con el que celebró su corrida 2.000 en Ronda.
Enrique Ponce. El diestro valenciano con el goyesco de Caprile con el que celebró su corrida 2.000 en Ronda. LP

Morante es de los diestros que más se han significado por los diseños personales pero llegaba a límites tan extremos que apenas nadie le siguió. En muchas ocasiones, a la hora de valorarlos, se convenía que le sentaban bien a él porque era él, pero apenas nadie se atrevía a seguirle. Menos atrevido y muy suyo ha sido la chaquetilla sin alamares que podía sonar a novedad para los jóvenes pero fue muy habitual en el toreo de los años veinte. José Tomás ha lucido con frecuencia estos últimos años un bordado de cuadratines que todos consideran muy azteca. Los sastres aprovechan con frecuencia las ideas que les aportan las primeras figuras para renovar su catálogo aunque en ocasiones aceptan al recibir el encargo un plus económico con la condición de mantener la exclusividad.

Josemari Manzanares es otro de los que se distingue por cuidar con esmero su imagen. Incluso la temporada 2015 quiso mostrar su duelo por la muerte de su padre, vistió toda la temporada de catafalco y azabache, luto riguroso como hizo, cuenta la leyenda, Joselito El Gallo el año de la muerte de su madre, la mítica Señá Gabriela. Los vestidos del alicantino se caracterizan por un talle alto, chaquetilla corta, doble canutillo en los alamares, morillas de algodón muy abultadas y bordados ligeros a los que añade cada año un capote de paseo distinto que repite todas las tardes. Y siendo importantes los vestidos de luces, las monteras que utilizan -la misma a lo largo de toda la vida- o los capotes de paseo no lo son menos.

Tiempo para ir al sastre

El tiempo de acudir al sastre son los inviernos; y los momentos para el estreno, las grandes ferias. Estrenar es detalle que denota respeto a la plaza. Se estrena en Fallas, en Sevilla, sobre todo si estás anunciado el Domingo de Resurrección, se estrena en Madrid, plazas de compromiso por mucho que el día del estreno no es el más cómodo por la rigidez de la chaquetilla, y se estrena cuando quieres celebrar alguna efeméride. El número de vestidos que se encarga ha sido siempre un indicador del ánimo y las expectativas con las que un torero inicia la temporada. ¡Se ha encargado ocho vestíos! decían en tono promocional sus mentores.

Los sastres son los primeros en tener noticias de cómo han pasado el invierno los toreros. Si se han cuidado o si no. Aseguran que el gran Dámaso se tomó medidas de novillero y no volvió más al sastre, los encargaba por teléfono, nunca engordó y si lo hizo bastaba el ojo clínico del sastre para aplicarle unas leves correcciones desde la distancia. Algo parecido ocurre con Ponce, aunque éste, más coqueto, sí hace sus pruebas pertinentes, normalmente dos.

Las supersticiones ejercen una gran influencia. Si a un torero le cornean estrenando un terno, es muy probable que no vuelva a ponérselo, pero también los hay, los menos, que ya de vuelta de esas cuestiones pretenden espantar los fantasmas y reaparecen con el mismo que lucía el día del percance. Como en todo lo que rodea a una profesión tan expuesta a la suerte, abundan las manías. Manzanares padre estrenaba todos los días un par de medias; Emilio Muñoz quería que los lazos de las zapatillas quedasen inhiestos y para arriba cuando se los ajustaba el mozo.

La cruz, una cruz

Los colores son clave. De un tiempo en que no había más de una docena, actualmente, gracias a la química y a las mezclas, se han multiplicado por diez y los sastres, buscando la originalidad, han superado ampliamente los tradicionales grana, tabaco, azul pavo, verde botella, rosa... y los bautizan como berenjena lo que era hasta hace poco un nazareno, como espuma de mar un tono muy suave de verde, o carmelita lo que antes llamaban tabaco o chocolate...

Otras cuestiones clave radican en el ajuste de los vestidos, que deben ir perfectamente ceñidos -están prohibidas las arrugas- y en la cruz de la taleguilla, cuestión harto delicada porque debe permitir la agilidad de piernas y la comodidad de los atributos masculinos. No es fácil de lograr, hasta el punto de que incluso los vestidos que confeccionan los grandes modistos, llegado el momento de cortar la taleguilla la mandan muchas veces al sastre de los toreros, expertos en la cuestión.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios