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Pepito el del pepito
Gastrohistorias

Pepito el del pepito

El bocata de filete debe su nombre a un niño madrileño, sobrino de los dueños de un famoso café del siglo XIX

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Lunes, 19 de marzo 2018, 12:44

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¿Cuánto hace que no se comen ustedes un pepito? Uno de los buenos, con un filete como dios manda, y no uno chuchurrío recalentado en el que la carne esté más dura que la suela de un zapato. Seguramente, mucho tiempo. No están los tiempos para comprar solomillo y menos para ofrecerlo en los bares entre pan y pan.

El pobre pepito, gloria del condumio nacional y antiguo rey de la comida a pie de barra, vive horas bajas. Arrinconado por las hamburguesas con de todo y los bocatas hipster-étnicos, ha involucionado a filete testimonial de mínimo grosor y aún menor pudor. ¡Con lo que él fue! Un señor bistec digno de figurar en el plato, que hacía las delicias de currantes, noctámbulos y niños por igual. En algún momento los modernos se darán cuenta de su extraordinario potencial y comenzarán a abrir pepiterías como setas, a 18 euros el bocado y con salsa de puturrú encurtido por encima, ya lo verán.

Mientras yo sólo puedo animarles a que busquen uno bueno o se hagan uno en casa y de paso, contarles por qué el pepito se llama como se llama y dónde nació. Teorías ha habido y para todos los gustos. En 1929, el genial Julio Camba1 aventuraba una versión sobre el particular en su libro ‘La casa de Lúculo o el arte de comer’. Según él, un tal Don Pepito tuvo un día desganado en un popular café de Madrid, así que en vez de tomar su habitual y enorme filete pidió para comer uno pequeño entre pan y pan. Esta combinación hizo furor entre la clientela del café y pronto se conoció como «lo que pide don Pepito», pasando con ese nombre a la posteridad.

Como historia no está mal, pero la verdadera es aún mejor. La contó el doctísimo cocinero Teodoro Bardají (1882-1958) en la sección culinaria que escribía para la revista ‘Ellas’, el 7 de mayo de 1933. Como Bardají la relata bastante mejor que yo, les dejo aquí su explicación literal: «Bueno será divulgar el origen de los ‘pepitos’ antes de que algún despierto galicocinante pretenda demostrarnos que fue creado alrededor de la torre Eiffel. El pepito nació en el antiguo café de Fornos de Madrid, situado en la casa que hoy se está derribando en la calle de Alcalá, esquina a la de Peligros. Uno de los hijos, que más tarde fue sucesor del fundador de la casa, se llamó don José Fornos, conocido familiarmente como Pepito. Siendo niños, tenía costumbre para merendar de tomar un bocadillo de fiambre; pero el niño, que ya empezaba a distinguirse como buen gastrónomo, pidió un día que le hicieran un bocadillo caliente. Fue satisfecho su capricho, y nació el ‘pepito’. Desde entonces todos los días merendaba Pepito Fornos su bocadillo caliente; algunos amigos primero y muchos clientes después, dieron en pedir bocadillos como el de Pepito, terminando por abreviar y pedir sencillamente un pepito. Hoy se hacen estos pepitos en todos los cafés y restaurantes de Madrid, y dicho sea en honor de la verdad, resultan más nutritivos que los sándwich, aunque no sean tan elegantes».

El café Fornos, uno de los más famosos del Madrid de su época, estuvo efectivamente en la esquina entre Alcalá y Peligros y abrió en 1870. Propiedad de los hermanos Fornos Colín (Manuel, José y Carlos), mantuvo abiertas sus puertas con algunas interrupciones hasta 1909 y era famoso por sus tertulias y por su plato estrella, el bistec Fornos. Este plato combinado de lujo consistía en un grueso filete de solomillo asado a la parrilla, colocado sobre una rebanada de pan frito y acompañado de jamón serrano, lengua escarlata, patatas soufflé y salsa Colbert.

En lo que se equivoca Bardají es en quién fue Pepito. El auténtico inspirador del bocadillo de filete no fue José Fornos sino su sobrino José Martínez Fornos, conocido como Pepito durante toda su vida y el único de la familia que era niño en la época de la que hablamos. Pepito Martínez murió joven pero dejó la posteridad su nombre asociado a un bocadillo. No está mal, sobre todo porque como decía Bardají, un pepito bien hecho «resulta propio de lores y príncipes».

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