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Alquimia sonora / Susana Godoy
Jueves, 26 de mayo 2016, 16:56
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El viernes 27 de mayo Las Naves se convertirán en la gran Familia que Nacho Umbert ha construido con su último trabajo de la mano de Raül Fernández Refree. Un viejo álbum de fotos, un libro de familia desportillado en un rincón de una habitación abandonada y polvorienta. Un rollo de película, fotograma a fotograma, con las manchas en los negativos asediando una imagen menos nítida de lo que está en nuestra memoria. Retales, recuerdos, conversaciones e imágenes que llegan en cualquier momento, sin mediar aviso, traídos de vuelta por algo que nunca podremos descifrar. La memoria, frágil recurso, despierta en ocasiones tras las páginas de un libro o el fragmento de una canción. Quizá un contador de historias pueda tocar la tecla precisa que haga click en tu cabeza.
Escuchar Familia (Fina Estampa, 2015), de Nacho Umbert, es lo más parecido que se me ocurre, musicalmente hablando, a hojear el álbum de fotografías de mi familia. Símil socorrido, sí, pero en la búsqueda de calificativos para un autor con un sentido tan visual y literario, que además abre para nosotros un puñado de imágenes familiares e íntimas, se hace difícil encontrar algo que encaje mejor en su particular forma de afrontar la música.
Los discos de Umbert (ahora sin La Compañía) se impregnan de ese carácter novelístico que hace querer ir más allá de unas letras, meterte en una narración ajena para dibujar en tu cabeza las historias más allá del minutaje. Tiempos, otros tiempos, como buen observador de vidas ajenas, recopilador de historias propias o inventadas. Una suerte de realismo mágico costumbrista que delinea momentos y árboles genealógicos, leyendas urbanas e historias y conversaciones de vecinos, con un envoltorio de pop de cámara, exquisitamente trazado y de huella permanente.
Desde el maravilloso Ay (Acuarela,2010), los capítulos de la gran novela costumbrista de Nacho Umbert han ido escribiéndose desde una perspectiva más o menos ajena, con excepciones confesionales como los Rizos Sin Domesticar que lo cierran de la forma exacta en que debe hacerse: directa al punto donde se recogen las emociones.
En No os creáis ni la mitad (Acuarela,2011), las historias toman un punto más mundano, el humor da un paso adelante y la trivialidad se hace carne; putas, herencias, chicas que quitan la respiración y hasta superhéroes de baratillo pueblan el universo recitado del ex Paperhouse. Pero es en Familia, su tercer trabajo en solitario, donde las historias pasan de lo ajeno (o, al menos, con el punto justo de distancia) para entrar en la esfera de lo evidentemente testimonial y memorístico, convirtiéndonos en voyeurs confesos y secretamente complacidos.
Retazos de recuerdos, continuando una tradición oral que ayuda a abrir (o reabrir) pedazos de la propia vida, ventanas que andaban cerradas sin quererlo. Un puñado de canciones, de historias, que se pueden degustar poniendo el desafecto preciso en la ecuación, o bien pueden resultar la llave que saque al exterior lo que ya parecía olvidado. Un disco de consumo lento, preciso, de marcar distancia para asimilar la totalidad de la novela familiar que nos ofrece. Y de dar las gracias por atreverse a compartirlo y despertar la propia memoria, tantas veces dejada de lado por el fulgurante transcurrir del tiempo.
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