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M-Ward, en una imagen de archivo.
M. Ward, clasicismo y contemporaneidad perfectamente ensamblados

M. Ward, clasicismo y contemporaneidad perfectamente ensamblados

El gran músico de Portland ofrece uno de los mejores conciertos de la temporada valenciana en la fiesta de Presentación del Deleste Festival

SUSANA GODOY / ALQUIMIA SONORA

Martes, 8 de julio 2014, 08:10

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Sobresaliente cierre de temporada de Tranquilo Música el del pasado domingo en el Loco Club (hay que cargar baterías de cara a la temporada que viene), e inicio adelantado de una de las grandes citas de nuestra ciudad, el Deleste Festival. La fiesta de presentación del Deleste contó con M. Ward, que pisaba Valencia por primera ocasión y nos dejó, sin duda, una de las mejores citas del año. Una sala a rebosar, caras expectantes, silencio admirativo y ganas de disfrutar de uno de los músicos más completos y con mayor maestría a la hora de entrelazar los sonidos más clásicos de la amplia tradición norteamericana con las influencias contemporáneas.

Pero antes, una introducción con sabor local de la mano de Senior, esta vez a solas con su guitarra y sin la inestimable colaboración de el cor brutal. No ha pasado ni un mes desde la presentación de El Poder del Voler en el 16 Toneladas y el valenciano ya ha tenido otra buena oportunidad de presentar sus canciones al público de su ciudad. Gran ocasión, esta vez de la mano de una de sus influencias reconocidas, M. Ward, al que reivindicó como excelente letrista ofreciendo un par de versiones como la de Lullaby + Exile. Miguel Ángel Landete (aka Senior) aprovechó para recordarnos que se cumplía un aniversario, el de la primera vez que presentó sus canciones en valenciano sobre el escenario del Loco Club y, entre revisiones de temas de otros y la presentación desnuda de los propios, se despidió con El Poder del Voler, cierre, también, de su último trabajo.

Matthew Stephen Ward llegaba en Valencia con la petición (o prohibición, según se mire) de hacer fotografías, grabar vídeos u fumar en la sala. Algo que parece ser habitual en el músico y que, aunque en un primer momento podamos tachar de capricho o divismo, se entiende mejor cuando nos enteramos de lo que ocurrió durante el concierto de Bilbao: Una patada voladora del genio hacia una espectadora que se dedicó a grabar todo el concierto con el móvil a escasa distancia del músico. El abuso de los flashes, y el enfado posterior a estos dos incidentes, hicieron que el concierto se suspendiera antes de tiempo (sin que el respetable bilbaíno pudiera saborear las mieles acústicas de M. Ward). Prohibición comprensible, desde luego, si exceptuamos a los profesionales gráficos que se dedican a dar cobertura con sus fotografías.

El concierto comenzó sin florituras ni saludos, con un M. Ward serio sobre el escenario (gesto que nos hizo temer que aun siguiera enfadado por lo del día anterior) y que atacó, junto a su banda, un inicio contundente con I Get Ideas, revisión del clásico de Louis Armstrong y prueba fehaciente del gusto del norteamericano por las atmósferas de los cincuenta. Sin darnos tiempo a sobreponernos del atracón repentino de rock nroll, las revoluciones bajaron con Poison Cup, descubriendo la tónica de lo que sería el resto de la noche: un ritmo sabiamente llevado en el que no cabe la monotonía ni las líneas rectas; una suerte de zig zag musical en el que los intervalos para respirar son tramposos. No existen.

No hay tiempo ni concesión para el aplauso, ni siquiera para una mínima deferencia al público, que no se produce hasta el cuarto tema de la noche. Las canciones se disparan una detrás de otra dando la impresión de que Ward viene a trabajar y punto, con gesto concentrado, sensación que se disipa cuando poco a poco deja traslucir en su mirada y en sus gestos que sí, que está disfrutando sobre el escenario. El primer solo de guitarra que se marca (como en el de Me and my Shadow) parece disipar esa aparente rigidez; sus manos vuelan sobre las cuerdas en un ritmo hipnótico y convulso; ese fingerpicking que le caracteriza y que dota a su sonido de un regusto añejo, arrancando momentos espectaculares. La banda es una apisonadora al máximo rendimiento cuando Ward está a la guitarra, y una maquinaria perfecta cuando se sienta al piano en la parte central del concierto (Roller Coaster y ese deje sureño acentuado por los coros)

Versiones y ofrendas a Daniel Johnston con Story of an artist (no podía ser otra), Buddy Holly (esto es rock n roll, de nuevo), The Rivieras (y el sol de California que le vio nacer) y él mismo, homenaje en carne y hueso a esas sonoridades de otra época. Incluso, por qué no, ecos de Mancini en esa armónica que suena a atardeceres y que estremece suavemente en Fuel for Fire, parte del primer bis en el que Ward se enfrenta a solas a Ward y a una guitarra acústica. Ahora sí: es momento de apagar la apisonadora y de dejarnos mecer entre sensaciones.

Cierre perfecto que ya desearíamos en otras muchas temporadas, de la mano de uno de esos músicos pertenecientes a una clase privilegiada que tan poco se prodiga en esta ciudad. Y a la vista del resultado, tanto por la noche que quedará en la memoria como por la respuesta del público, es de recibo agradecerlo y, por qué no, pedir que se repita. Valencia lo tendrá en cuenta.

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