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Angela Merkel, en la inauguración de un foro ecologista.
«Nadie conoce de verdad a Merkel»

«Nadie conoce de verdad a Merkel»

«Alemania ha tenido que liderar ante la incomparecencia de los demás», afirma Pilar Requena, que analiza las claves del país germano en su libro ‘La potencia reticente’

Álvaro Soto

Martes, 6 de junio 2017, 18:47

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Si usted cena con un grupo de alemanes, olvídese de que aquello se pagará a escote. Al contrario, cada uno se hará cargo estrictamente de lo suyo: el que ha pedido agua pagará su agua y el que ha pedido dos botellas de vino, pagará sus dos botellas de vinos. "Se trata de un gesto de justicia social. Yo no voy a pagar lo de los demás, pero tampoco voy a dejar que paguen lo mío", relata la periodista Pilar Requena. Así es la mentalidad alemana y ese comportamiento, elevado a la política internacional, puede servir para explicar el papel en el mundo de un país que Requena llama en el título de su libro, editado por Debate, La potencia reticente.

Educada en el Colegio Alemán de Valencia y corresponsal de Televisión Española en Berlín desde 1999 hasta 2004, Pilar Requena profundiza en su obra sobre las aristas del alma de Alemania, una nación que carga sobre sus hombros la culpa de haber provocado dos guerras mundiales, lo que le lleva a desear un perfil bajo en las relaciones internacionales, y que sin embargo, se ha visto obligada a ejercer un papel predominante debido a la desidia o la impotencia de sus compañeros europeos. "Alemania no ha querido liderar nada, ellos prefieren estar en la retaguardia. Pero al final lo han tenido que hacer ante la incomparecencia de los demás", agrega.

Requena subraya que Alemania "no es perfecta", pero rechaza de plano las críticas que caricaturizan al país como un nuevo Reich que impone su diktat a Europa y que se concretaron en dibujos en la prensa griega de la canciller Angela Merkel con un bigote como el de Hitler. "Los errores que han podido cometer vienen por pensar que las recetas que funcionan en Alemania lo harían también en otros países. Y no ha sido así", cuenta.

Esas recetas que han llevado a Alemania no solo a superar la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, sino a una reunificación bastante exitosa y a convertirse en la locomotora de Europa son los puntos positivos que Requena destaca del país. "Tienen un gran sentido de la ciudadanía, se sienten parte del Estado y contribuyen a él en lo bueno y en lo malo. Siempre buscan el consenso social, cueste el tiempo que cueste encontrarlo, y por eso hay coaliciones políticas de lo más variopintas, excepto con los neonazis de Alternativa por Alemania, y por eso en la economía, los empresarios y los sindicatos siempre llegan a acuerdos. Les gusta el orden, son justos, respetan a la autoridad (aunque a lo largo de la historia eso les ha llevado a lo mejor y a lo peor) y en cuanto a la corrupción, por supuesto que existe, igual que hay trabajo en negro, pero el corrupto sabe que tarde o temprano, lo acabará pagando. Eso da mucha seguridad al ciudadano".

Dos anécdotas personales ilustran esa cuadratura que se les achaca a los alemanes. Cuenta Requena que una amiga suya, "okupa y alternativa", pidió un día libre en el trabajo porque tenía que ir con su asesor fiscal para pagar correctamente sus impuestos. En otra ocasión, en Berlín, la periodista caminaba con su hija por la calle e iban a cruzar cuando el semáforo estaba en rojo. La pequeña paró en seco a su madre, le echó la bronca y los ciudadanos que estaban con ellos esperando comenzaron a aplaudir. "Eso, en el fondo, te da mucha seguridad. Sabes que cuando esté solo, tu hijo no va a cruzar en rojo", recuerda ahora Requena, Premio Internacional de Periodismo Rey de España y Premio Salvador de Madariaga, entre otros galardones.

Pero Alemania no es el paraíso en la tierra ni los alemanes son los seres más maravillosos del mundo. "Cuando se ponen prepotentes, se ponen prepotentes como ellos solos. Además, hay algo que les impide disfrutar de la vida, ese continuo espíritu de queja, el jammern, que les hace estar siempre descontentos, porque aspiran a la perfección. Además, son bastante inflexibles, por todo lo que les ocurrió en el pasado, por ejemplo, en cuanto a la inflación, y en el Este no han hecho una revisión histórica".

La política en Alemania no tiene nada que ver con la de España. Cuando entre 2003 y 2005 el país languidecía y tuvo que afrontar sus reformas, la llamada Agenda 2010, el entonces canciller, Gerard Schröder, no dudó en poner en marcha medidas que sabía que podían costarle el poder en las siguientes elecciones. Pero su socio, el verde Joschka Fischer, lo tenía muy claro: "Había que elegir entre el futuro de Alemania y seguir en el Gobierno. Y el país es lo primero", dijo entonces. Lo que nunca ocurriría en Alemania es una repetición electoral como la que tuvo lugar en España en junio de 2016. "Los electores no lo aceptarían. Ellos piensan: Esto es lo que hemos votado, ahora, arreglaoslas vosotros", cuenta Requena.

La Alemania del siglo XXI no se podría entender sin la figura de Angela Merkel, que pese a llevar 12 años en el poder y apuntar a cuatro más, continúa siendo un misterio. "Realmente, nadie conoce a Merkel", cuenta Requena. "Siempre ha estado en el momento justo y en el lugar oportuno porque en realidad, entró muy tarde en política y lo hizo en un pequeño partido que acabó siendo absorbido por la CDU (conservadores). Pero podía haber estado también en el SPD (socialistas)", asevera la autora de La potencia reticente.

"Para los alemanes, Merkel representa la seguridad y la moralidad, como en el caso de la acogida de refugiados, donde salió la Merkel hija de un pastor protestante. Pero también el pragmatismo: estaba convencida de mantener la energía nuclear, hasta que ocurrió el accidente de Fukushima y cambió de opinión. Como buena física, tiene mentalidad científica a la hora de analizar los problemas y de encontrar soluciones, y como persona criada en el Este, lo que más rechaza son los totalitarismos, y de ahí se explican muchas de sus decisiones", asevera.

Dos imágenes ayudan a entender la mentalidad de la canciller. En 2007, en una reunión con Putin, Merkel tuvo que aguantar que el perro del presidente ruso la fisgara, pese a odiar a los canes, algo que seguramente él ya sabía. Hace unas semanas, Trump se negó a darle la mano. En ambos casos, Merkel permaneció impasible, "aunque a saber qué estaría pensando", subraya Requena. "Pero ella aguanta muy bien esas situaciones. Ha sabido aprender por el camino y los alemanes la aprecian porque sabe leer sus deseos", concluye.

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