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El cineasta Woody Allen.
«Frank Sinatra quiso matar a Woody Allen»

«Frank Sinatra quiso matar a Woody Allen»

El escritor David Evanier desvela en 'Woody' cómo el cantante intentó acabar con el director por su romance con Soon-Yi

Álvaro Soto

Lunes, 23 de enero 2017, 01:25

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Cuando Mia Farrow supo que su entonces pareja, Woody Allen, mantenía un romance con una de sus hijas adoptivas, Soon-Yi, se volvió loca de ira. Intentó hundir su reputación, poner en contra del director a todos sus hijos y arruinarlo en los tribunales con demandas millonarias. Y no solo eso. Su exmarido Frank Sinatra, que nunca dejó de amarla y con quien la actriz hablaba todos los días, le dijo que quería «quitar de la circulación» a Allen. La Voz no estaba bromeando: tocó a sus contactos en el mundo del hampa para ver qué posibilidades había de matar al cineasta. «Frank de verdad quería acabar con él. Lo odiaba. Pero no podía hacerlo él mismo y nadie estaba dispuesto a hacerle el favor. No es que estemos hablando de la gente con más escrúpulos del mundo, pero tampoco iban a matar a un director de cine famoso solo porque hubiera engañado a la exmujer de otro tipo. Woody estaba muerto de miedo».

La tormentosa relación entre el cineasta y Mia Farrow es uno de los capítulos más jugosos de Woody (Turner), la biografía del director neoyorquino escrita por el periodista David Evanier y que acaba de llegar a España. Pero el libro es mucho más que una compilación de cotilleos, que también los hay. Evanier se sumerge en la vida de Allen para descubrir en él a una persona distinta al personaje que aparece en la pantalla de cine.

Woody Allen es el nombre artístico de Allan Stewart Konigsberg, nacido en 1935 en el seno de una familia judía de Brooklyn. Allen fue un niño conflictivo que se escapaba de la escuela, que admiraba con distancia a su padre y que hacía la vida imposible a su madre con todo tipo de bromas pesadas. En sus últimos días, con 100 y 95 años, aún culpaban a su hijo por haberse dedicado al cine, y no a una profesión seria, como farmacéutico. «Ellos criaron a un genio que estaba mucho más allá de sus ideas preconcebidas», destaca Evarnier.

Este niño inquieto, líder de su grupo de amigos, pronto mostró su predisposición a ganarse la vida de una manera fuera de lo convencional gracias a su talento. De adolescente, Allen era un buscavidas que ganaba dinero con pequeños timos en apuestas, y a los 16 años comenzó a moverse en el mundillo del humor judío de Nueva York, primero preparando chistes para otros artistas y después, superando su miedo al escenario, interpretándolos él mismo. Influenciado por Groucho Marx y Bob Hope, su éxito le abrió las puertas de la televisión y de allí al cine, aunque una mala experiencia en Hollywood le llevó a proclamar que él nunca saldría de su amada ciudad, Nueva York, para hacer películas.

La tesis del autor, que ha visto al cineasta en varias ocasiones y que ha intercambiado con él correos electrónicos durante la elaboración de la obra, es que el Allen verdadero no es un schlemiel, palabra judía que designa a los seres inseguros y con mala suerte que no saben moverse por el mundo. «Allen ha explotado un aspecto de su personalidad y lo ha inflado por un propósito artístico. Él sabe reírse de sí mismo. Pero en realidad, es una persona fuerte, resuelta, productiva y centrada en su trabajo», cuenta Evanier.

«No obstante, su retrato de hombre vulnerable ha calado porque rellenaba un vacío», continúa; «en sus películas, él empezó a hablar de los miedos y las ansiedades de los hombres, miedos que hasta entonces no se expresaban abiertamente. En los 60 se produjo un gran cambio social y una revaluación de los roles masculinos y femeninos y supo encarnar ese papel (igual que Chaplin el de vagabundo en los años 20), aunque él era un hombre fuerte».

Un hombre fuerte que, pese a tener en su filmografía cintas como Zelig, Hannah y sus hermanas, Manhattan o Match point, cree que todavía no ha dirigido ninguna obra maestra. «Está convencido de ello, es muy autocrítico», señala Evarnier. Y sin embargo, el cineasta confía en que, en los años que le quedan, aún pueda brotar de él un largometraje que lo sitúe a la altura de sus admirados Bergman, De Sica, Fellini, Buñuel y Rossellini. Pero su biógrafo cree que «el conjunto de sus películas representa mucho más que cualquier obra maestra de otro autor por separado».

Evanier ha estado recientemente con Allen. «A sus 81 años», explica, «es un hombre intelectualmente curioso que no deja de leer y pensar. Está muy bien de salud y parece una persona más joven. Su matrimonio, desde hace 22 años, con Soon-Yi le ha aportado gran serenidad. Sus prioridades son las artes: el cine, la literatura, la música de Nueva Orleans, que ama. El dinero no le guía en la vida. Trabaja de nueve a seis y luego sale a cenar y a tomar un vino. Va a los espectáculos de Broadway. Ve los partidos de baloncesto en la tele. Y lo más importante, está muy enamorado».

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