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Pío Baroja en los años en que culminó 'Las saturnales'.
La última tentación de Pío Baroja

La última tentación de Pío Baroja

Cierra su trilogía de 'Las saturnales' en la que el autor de 'El árbol de la ciencia' ofrece su visión de la guerra y el exilio

Miguel Lorenci

Sábado, 7 de noviembre 2015, 07:49

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Vera de Bidasoa. «Es la última novela inédita de Baroja». Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, sobrino nieto del escritor, es categórico. En el vetusto caserón de Iztea, rodeado de libros y recuerdos de familia, explica que la publicación de Los caprichos de la suerte (Espasa) cierra una era barojiana. En manos del lector desde esta semana, esta narración testamentaria e inédita ve la luz 65 años después de que el autor de La busca o Las inquietudes de Shanti Andía ajustara cuentas con la guerra, consigo mismo y «sobre todo con la tentación de marcharse a América» que le asalta tras recorrer, camino de París, una España arrasada, explica el heredero de don Pío.

Escribe un Baroja crepuscular y de maltrecha salud. Habla de guerra, dolor y exilio y se retrata a sí mismo en varios de los personajes de la novela que cierra el ciclo de Las saturnales iniciado con El cantor vagabundo (1950) y Miserias de la guerra (2006). Un relato dormido durante décadas en una carpetilla gris anudada con cinta roja entre los papeles de Itzea, el santuario barojiano en Vera de Bidasoa (Navarra) con más de 30.000 libros entre los de don Pío y su sobrino Julio Caro.

«El manuscrito siempre estuvo localizado, pero era impublicable bajo la censura franquista» explica Caro-Baroja mientras pasa las páginas del frágil mecanoscrito. Son más de 200 hojas con infinitud de tachaduras, correcciones y anotaciones de puño y letra de Pío Baroja (San Sebastián, 1872-Madrid, 1956). Se encarpetaron bajo el epígrafe Pío Baroja. Novelas de guerra. Los caprichos de la suerte III Parte (A la desbandada). Las ha transcrito y editado Ernesto Viamonte Lucientes a quien en su labor «paleográfica» de cuatro meses solo se le resistieron cinco «indescifrables» palabras.

Lleva más de seis décadas en la casona que los Baroja compraron en 1912, junto a tesoros como los diarios inéditos del erudito Julio Caro Baroja, los cuadros del pintor Ricardo Baroja, o un retrato de Picasso de don Pío. En la soberbia casona donde perviven el espíritu y el legado de Baroja recalaron Marañón, Ortega, Sebastián Miranda y otras lumbreras de la época.

Escrita ente 1950 y 1951 en hojas reutilizadas con una cara tachada, catalogada desde 1972 por Pío y Julio Caro Baroja, Los caprichos de la suerte se quiso publicar en 2006, cuando en el 50 aniversario de la muerte de Baroja apareció Miserias de la guerra, narración con testimonios de terceros sobre la contienda en Madrid. En este testamento barojiano, esbozado en París y acabado en Madrid, Luis Goyena y Elorrio, trasunto de Baroja, sale de Madrid a pie para cruzar una España que se desangra por la guerra. Pasa por Valencia camino de París y América. Es un médico, como Baroja, devenido en periodista «brusco e independiente, que no era grato a los lectores de la derecha ni de la izquierda» y que firma como Juan Elorrio.

Emerge un Baroja «que se retrata, sobre todo, en el personaje de Gloria, una mujer poco convencional, muy moderna y radical», explica Caro-Baroja en la biblioteca familiar. Huye a París de un marido maltratador y Baroja la describe como una rubia «graciosa, esbelta, de aire decidido y burlón». El escritor se retrata como un anciano cliente del hotel Palais Royal «que cuestiona el valor de la nueva literatura internacional y condena el nazismo». «Alemania es hoy un pueblo monstruoso y todos los países de Europa deberían reunirse para dominarlo», afirma.

De la Valencia roja, Elorrio saltará «a un París prebélico en estado de sitio, previo a la llegada de los alemanes, plagado de espías, con las tensiones y miserias de los exiliados, los desencuentros y temores del sálvese quien pueda que Baroja cuenta con vivencias propias», explica su heredero.

Exilio

Aunque habla de literatura, amor, política o amistad, para Caro-Baroja el alma de la novela está en las dudas de su tío abuelo sobre la conveniencia de buscar una nueva vida en América. «Coqueteó largamente con la idea de irse y dudó durante meses. Era muy escéptico y no compartía con Elorrio el entusiasmo por viajar a una América que no era para viejos. Su punto melancólico le decide a quedarse en el mismo puerto de El Havre», explica. «Reculó en el momento de embarcarse. Elorrio se va y yo me quedo», se dijo un Baroja que en el último párrafo vislumbra en Buenos Aires a un Elorrio «que hacía artículos y traducciones para vivir con modestia».

Para el crítico, catedrático y editor de las obras completas de Baroja, José Carlos Mainer, rescatar la última novela de Baroja debería ser «una noticia mayor en la historia de las letras contemporáneas en nuestro país». Advierte en el prólogo que «aunque no estamos ante una de sus grandes obras» tiene el interés de aportar las reflexiones y la visión decididamente negativa de la guerra de un Baroja de vuelta de su exilio y a seis años antes de su muerte.

Un escritor que, como Elorrio, manteniéndose al margen y tomado partido en contra de unos y otros «fue incómodo para ambos bandos», según su sobrino nieto. Con tentaciones anarquistas, fue antirrepublicano y enemigo para los conservadores por blasfemo y anticatólico. Ni los blancos ni los rojos, decía deliberadamente equidistante de unos y otros «pero con una posición inequívoca contra el nazismo», subraya Pío Caro-Baroja.

A punto de ser fusilado por unos exaltados el 22 de julio de 1936, tras una detención de varias horas, Baroja hizo el equipaje y cruzó a pie la frontera francesa, muy cercana a Itzea. «Sabía que se la tenían jurada por sus escritos contra el catolicismo y el tradicionalismo; no estaba politizado ni teologizado, era un personaje libre, un ser solitario con un gran sentido de la justicia, empeñado en no entrar en contradicción consigo mismo», dice su descendiente. «Sus ideas parecen arbitrarias, broncas y contradictorias, pero nadie puede poner en duda su independencia», sostiene.

«Es Baroja en estado puro. Aunque no sea el de El árbol de la ciencia, no digo que a la novela le falte una mano, como afirma Mainer, que ve también al mejor Baroja», asegura su sobrino nieto. «Es un Baroja distinto, con mucha fuerza e ideas y pensamientos recurrentes. No le daba muchas vueltas a las cosas. Hubiera publicado el original como está, con algún repaso pero sin cambios significativos», concluye.

El manuscrito no saldrá de Itzea, donde quedan apenas algunos retazos y semblanzas en un libro que se llama Pasada la tormenta, textos misceláneos y epistolarios familiares «que irán saliendo». De Miserias de la guerra editada en 2006 por Caro Raggio, el sello de Pío Caro-Baroja, se vendieron 20.000 ejemplares. Espasa lanza ahora 15.000 de Los caprichos de la suerte, que se publicará también en la colección de los clásicos de Austral.

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