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La tiranía de la novedad editorial

La tiranía de la novedad editorial

La saturación del mercado hace que buenos títulos estén menos de tres meses en las librerías y obtengan exiguas ventas

Carmen Velasco

Miércoles, 21 de octubre 2015, 20:49

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La primera edición de El Quijote fue de unos 1.500 ejemplares, quizá 1.750, según señala Francisco Rico en una de las notas al pie de la edición que dirigió. Se empleó un papel del Monasterio del Paular, en la sierra de Guadarrama, para la posterior impresión en el taller de Juan de la Cuesta, en la calle Atocha (cuyo museo se puede visitar hoy, por cierto). Valga el dato para plantear dos cosas. La primera, que la impresión de El Quijote se hizo a lo grande y, la segunda, que no han cambiando tanto las cosas. Hoy se imprimen cantidades similares en las primeras ediciones, en torno a 1.200 o 1.500 ejemplares, en libros que quizá aspiran a un éxito similar al de El Quijote, aunque la mayoría se queda en el camino.

Son pocos los títulos, sobre todo en las editoriales independientes, que llegan a superar ese primer escollo de la segunda edición, a pesar de la calidad, avalada por el favor de la crítica, de los comentarios en redes sociales, las recomendaciones de los prescriptores y las muchas entrevistas en todos los soportes posibles (a excepción de la televisión, donde apenas hay espacio para la narrativa). Ahí esta el caso de un autor bien posicionado en las redes sociales, mediático en esa dimensión, y que además cuenta con el aval de haber sido finalista del premio Herralde de novela con su Intento de escapada, así como traducciones al francés, italiano e inglés. Sin embargo, Miguel Ángel Hernández Navarro, como confirman en su editorial, Anagrama, no ha logrado aún, y el libro se publicó en 2013, esa segunda edición con sabor a trocito de gloria. En cambio, una autora de la misma casa, Sara Mesa, de la misma generacion de Hernández Navarro, conseguía su segunda edición con su reciente Cicatriz en apenas tres meses.

Pero lo habitual es el paso efímero por los escaparates libreros, lágrimas en la lluvia que condenan al olvido el trabajo de años de autores que quizá no vuelvan a escribir obras tan inspiradas, porque a veces un buen libro es una conjunción afortunada de elementos que no resulta fácil volver a concitar. Y si el elemento comercial no se alía, poco hay que hacer. Mientras, títulos de lectura fácil, impulsados por grandes grupos editoriales, como La chica del tren (Planeta), de Paula Hawkins, ceden sus derechos a 30 países y avanzan ya hacia los cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

Alcanzar ese territorio ambicionado de la segunda edición tiene algo de bola extra o balón de oxígero que puede prolongar la vida lectora del libro sine die. Así, tímidamente, títulos como Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, van acumulando ediciones y ambicionando a esa etiqueta que tiene mucho de reconocimiento a largo plazo: la de long seller. Ahí está ese 13,99, con el que Frédéric Beigbeder, también en Anagrama, lograba un impacto editorial mayúsculo en el año 2000, cuyo eco aún se traduce en lentas pero constantes reediciones. Ese impacto, como el que ha tenido Milena Busquets con También esto pasará, es vital para encadenar ediciones.

Y sin salir de la editorial fundada por Jorge Herralde, en su departamento de prensa sugieren otros títulos que merecían haber corrido mejor suerte. Como Los nadadores, de Joaquín Pérez Azaústre, considerada su mejor novela, después de otros títulos en editoriales como Seix Barral o Ediciones B. Entendida como una analogía de la vida moderna, llena de seres en la misma piscina pero que nadan por carriles individuales, Los nadadores se presenta como una novela de madurez y de prosa muy cuidada y abierta al matiz.

Más vigorosa y acelerada es Todo esto para qué, de la escritora norteamericana Lionel Shriver, que no logró esa segunda edición a pesar de parabienes como los que le dedicó la poeta Elena Medel, que destacó el nivel de su dureza y honestidad, sostenida a lo largo de sus casi 500 páginas.

En Lumen, han publicado al menos dos de las últimas obras de Dinaw Mengestu, un escritor de origen etíope nacido en 1978, destacado por la revista The New Yorker como uno de los autores más talentosos de la literatura actual. Su último libro publicado en España, Todos nuestros nombres (traducida por Eduardo Iriarte), es una ambiciosa novela sobre la inmigración, la guerra y la identidad que se esconde tras cada nombre, cada origen, cada drama anónimo. No logró la segunda edición. Como tampoco, según señalan los responsables de prensa de Lumen, El tiempo de los tigres, de Liza Klaussmann o Ladydi, la narconovela, de Jennifer Clement.

Autores vivos y no tanto

Abundan las editoriales -la mayoría de las enmarcadas en el grupo Contexto- que basan su política editorial en el rescate de títulos de calidad de autores difuntos cuya obra se encuentra ya libre de derechos de autor. Como muchos de los títulos de la selecta Sexto Piso, donde lamentan que no hubieran alcanzado un mayor tirón comercial títulos como El buscador de almas, de Georg Groddeck, de quien Sigmund Freud llegó a decir que no había nada comparable en literatura alemana. Publicada en 1919, fue la única novela de este psicoanalista, y logró una encendida defensa por parte de Freud, quien se avino a editarla en el sello oficial del movimiento psicoanalítico, tras numerosos rechazos y editores escandalizados. Insólito texto, rescatado por Sexto Piso en 2014, que podría pasar por una novela picaresca, se puede leer, al margen de análisis más sesudos, como una gran gamberrada a través de su transgresor protagonista, Weltlein, que causa el pánico en cervecerías, reuniones sindicales y amojamados salones literarios de la convencional sociedad germánica de principios de siglo XX.

Vivito y coleando está Jacques Abeille, veterano autor francés de difícil clasificación, que el año pasado publicó en Sexto Piso su novela Los jardines estatuarios y que, para algunas voces, se ha convertido ya en una novela de culto en Francia. Concebida como un relato filósofico-fantástico, plantea un escenario donde la mayoría de sus habitantes son jardineros que cultivan estatuas en vez de plantas, en un mundo que parece idílico pero que poco a poco revela vicios enquistados.

En Siruela, el lamento editorial viene por títulos como Un amigo en la ciudad, de Juan Aparicio Belmonte, una novela intimista y peculiar, pero con no pocos destellos de calidad, publicada en 2013. O por Los maletines, de Juan Carlos Méndez Guédez, una "magnífica novela", según Elena Palacios, jefa de prensa de la editorial, publicada justo hace un año. Ambientada en la Venezuela de Hugo Chávez, que el autor conoce bien a su pesar, como disidente afincado en España, la novela mezcla la picaresca con el género negro, y de ella ha dicho Andrés Neuman que supone una cima en la carrera de este autor.

Y más libros que los editores hubieran deseado, por su calidad literaria, que hubieran logrado esa vitola de la segunda edición: Deudas vencidas, de Recaredo Veredas (Salto de Página), Reflejos del Edén, Mis años con los orangutanes de Borneo, de Biruté M. F. Galdikas (Pepitas de Calabaza) o Bulevar, de Javier Saiz de Ibarra (Páginas d Espuma), premio Setenil 2013 al mejor libro de cuentos.

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