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Portada del libro 'Damas en bicicleta' de F. J. Erskine.
La revolución a pedales

La revolución a pedales

Se reedita un manual de 1897 dirigido a las primeras ciclistas

PILAR MANZANARES

Sábado, 10 de enero 2015, 07:28

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Cada vez son más las bicicletas que circulan por las calles de las ciudades en lo que hoy vuelve a ser una moda, aunque ahora su bandera proclama una conciencia ecológica y, de paso, ayuda a la población a levantarse contra el sedentarismo con el fin de preservar la salud y ralentizar el envejecimiento -si además gracias al pedaleo podemos conservar nuestro tipín y ahorrarnos la mensualidad de un gimnasio, mejor que mejor-. Pero hubo un tiempo en que esa moda de ir sobre dos ruedas supuso toda una revolución.

Hablamos de la Inglaterra victoriana, una sociedad en la que las mujeres carecían del derecho de sufragio y del derecho a litigar en juicio. Tampoco podían poseer bienes propios, aunque a ninguna le faltaba lo necesario para mantener la casa limpia, los hijos educados y el marido satisfecho, para algo pasaban al casarse a ser propiedad de ellos, que podían según su deseo tomarlas sexualmente sin que ellas pudieran rechazarlos. Pero en la década de 1890, muchas de ellas, cansadas, vieron en aquella 'máquina del diablo' su libertad. Fue así como nació la 'nueva mujer', término que se usó para describir a aquellas que rompían con las convenciones sociales imperantes, que trabajaban fuera de casa, que no querían ser esposas ni madres y que, además, reivindicaban tener voz y voto en política y derechos como los hombres.

A ellas la bicicleta les dio una mayor y más rápida movilidad sin tener que depender de un hombre, y las ayudó, entre otras cosas, a cambiar de atuendo. ¡Adiós a los corsés y las enaguas! Casi vestidas como ellos, desafiaron a la moral de una época que hasta ideó 'sillines higiénicos' duros y sin apenas relleno para que no hubiera estimulación sexual alguna con el traqueteo.

En este contexto, la señorita F. J. Erskine decidió escribir una guía que ayudase a estas nuevas amazonas sobre ruedas a vestirse, a tener una correcta alimentación, a reparar su propia máquina y a afrontar algunos peligros. Se trataba de 'Damas en bicicleta', el libro que ahora relanza la editorial Impedimenta y que, como poco, les hará reflexionar y reír con el humor de sus consejos. Ya la autora reconocía en su manual la «feroz controversia» sobre si el ciclismo afectaba a la salud de las mujeres y se reía de quienes exageraban los peligros: «Si las damas recorren en bicicleta cincuenta millas cuando su límite razonable está en diez -en definitiva, si pierden el juicio y el sentido común y se vuelven majaretas-, en ese caso, sin ninguna duda, el ciclismo constituye una práctica dañina para las féminas». Y es que muchos no vieron con buenos ojos que las mujeres pedalearan y, con la excusa de los daños para la salud, lo que pretendían evitar era la rebeldía y la libertad que traía consigo esta práctica.

La revolución

La primera en caer fue la moda, calificada de «absurda» por la señorita Erskine. Y no le faltaba razón, porque a nadie se le escapa que llevar una falda «de corte singular para que cuelgue vistosa y ampliamente a ambos lados del sillín» nada tiene que ver con la comodidad. Así fueron apareciendo los bombachos, las medias de lana y los zapatos de encargo. Un espanto para la época y un gran paso para ellas.

Poco a poco, este ejército de 'ciclistas' independientes y luchadoras logró dejar atrás los días en que los hombres eran la exclusiva mano de obra en el comercio y las profesiones liberales. Como queda patente en este comentario de la autora: «Si ellas trabajan, y a fe que lo hacen ya miles de mujeres en nuestro país, es justo que tengan las mismas oportunidades que los hombres de disfrutar de un poco de aire». Un motivo más que explicaba el auge del turismo en bicicleta, ideal para salir al campo.

Por supuesto, tan novedoso transporte llevaba instrucciones de uso, pero ¿quién las lee? Sabedora de tal hecho, la señorita Erskine da también en su guía una serie de pautas para, tras realizar los ajustes necesarios de sillín y manillar, poder comenzar a andar en bicicleta. Y así, paso a paso, no solo aprendían las victorianas a montar en sus nuevos vehículos, sino que eran diestras en aplicar las medidas y remedios oportunos a fin de hacer la reparaciones precisas, sabían cómo alimentarse correcta y adecuadamente según la práctica deportiva e identificaban los peligros más comunes derivados del uso de su medio de transporte.

Que se requería de un buen reconstituyente para la que pierde «súbitamente» sus fuerzas, mezclaban un huevo batido en la leche y le añadían una cucharadita de whisky. Que la dama ciclista se ponía nerviosa o afrontaba un cruce complicado, «lo más inteligente -si no lo más decoroso- es que una se tire de la bicicleta». Y, sobre todo, hagan caso a esta dama que lleva más de catorce años montando en bicicleta y nunca enloquezcan con la idea de «tonta la última», porque «tales locuras no pueden conducir más que al desastre. Además este modo de proceder no solo es estúpido, sino abiertamente irracional».

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