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Urgente Muere el mecenas Castellano Comenge
El maestro Juan José Padilla se despide el próximo domingo de la afición valenciana. Comparte cartel con El Fandi y Román.
Fallas 2018: Padilla torea en Valencia

Juan José Padilla, el héroe de las dos caras

El domingo se despide de la afición del coso de la calle Xàtiva. La trágica cornada de Zaragoza en 2011 marcó un antes y un después en su leyenda

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Sábado, 10 de marzo 2018, 03:07

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El domingo Padilla levanta el telón taurino de Fallas. La cita tiene su punto sentimental, el Pirata se despide de Valencia. Las despedidas de los toreros siempre tienen una carga emotiva y en este caso aún más, es el torero de las dos vidas, de las dos caras, literal, hasta Zaragoza 2011 y desde Zaragoza. Desde entonces, más de 500 corridas de toros, más de 20 intervenciones quirúrgicas consideradas severas y un montón de hitos taurinos, incluida la conquista de la Puerta del Príncipe, le sitúan en el territorio de los héroes. Un milagro sobre otro milagro que desbordó los pronósticos médicos y los cánones toreros para anidar en el corazón de las gentes.

Su presencia en Valencia, otra curiosidad, tiene además ribetes de reaparición teniendo en cuenta que en esta plaza cobró el año pasado la que era su cornada numero cuarenta de su carrera. El último episodio cruento, toquemos madera, de su trayectoria. Así que será una especie de hola de nuevo... y un adiós.

-Valencia es la plaza en la que siempre soñé para empezar las temporadas. Eso les ocurre a todas las figuras. Sus triunfos tienen gran repercusión y la pasión de su público te hace sentir bien. Me apetece mucho volver.

-¿A pesar del último percance?

-Por eso quizás más. Me trataron muy bien. Todos, desde los médicos que venían a verme todos los días, hasta los aficionados. Además no soy de malos rollos. Mi obligación de torero me lleva a superar la adversidad.

-¿Eso cómo se hace?

-Se hace con fe. Soy creyente. Y también con profesionalidad. A esta ciudad llegué con mucho fondo físico y eso me ayudó mucho. Hasta el punto que de la cama me fui a Castellón a torear por la Feria de la Magdalena.

-Fe y fuerza.

-Para mí es lo mismo, la fe te hace fuerte.

Padilla recuerda divertido la cara que ponían muchos de los aficionados y facultativos que le visitaban tras la cornada en la Casa de la Salud, cuando le veían probarse en la misma habitación y en los pasillos con los goteros todavía puestos.

Este es el arranque de la que se anuncia como su última temporada. En Zaragoza, por el Pilar, punto final a su carrera de torero en activo. «No pongas que me retiro, los toreros no nos retiramos nunca, solo dejamos de torear en público». Cuando le pregunto por los motivos de su despedida mezcla lógica y sentimiento. «Siempre hay un buen momento para tomar buenas decisiones. Y este es el momento y la buena decisión», me cuenta muy seguro antes de añadir: «con lo conseguido me siento sobradamente recompensado. Lo que me ha dado Dios ya es mucho más de lo que esperaba, así que...».

La importancia de la trayectoria de Padilla desborda los méritos estrictamente taurinos y se adentra en los terrenos del héroe popular. Es el tipo que desafió a la muerte, la lidió, le pudo, se adornó y la venció, el artista que se reinventó desde el sufrimiento. Sin visión en un ojo, con una asimetría facial tremenda que ha ido corrigiendo intervención tras intervención, volvió a los ruedos para torear quince tardes «con quince me conformo», dijo entonces y lleva quinientas.

-¿Te costó mucho decir el adiós?

-No. Era una decisión que partió desde el más puro convencimiento. Entendí que debía ser así. Otro año no me iba a compensar más que una despedida gloriosa como pretendo. Así que nada más terminar la temporada pasada, lo decidí.

-¿A quién se lo dijiste primero?

-A mi esposa y a mis hijos. En el mismo viaje de vuelta de Zaragoza la última tarde de la temporada les di la noticia. La decisión de volver a los ruedos tras la cornada también se lo dije a ellos primero que a nadie, por tanto el adiós también debía ser así.

-¿Cómo lo encajaron los niños?

-Paloma no se lo tomó muy bien. Ella tiene la idea de su padre torero y no lo ve sin el vestido de luces. Es lo que ha vivido. Es aficionada, venía a las plazas a verme y claro... que ya no vaya a ser así, lo ha sentido mucho. Martín en cambio se me abrazó con una ternura tremenda y me dijo que él me lo iba a pedir pronto, que no quería que torease más. Ya ves, la familia estaba dividida.

-Debió desempatar la opinión de tu mujer.

-Pero no desempataba. Ella es muy neutral. Ahora se alegra muchísimo pero siempre ha estado detrás y respaldando mis decisiones sobre torear o no torear. Nunca me dijo retírate ni tampoco que torease. En realidad nunca habíamos hablado de ese tema.

-Todos damos por entendido que Zaragoza será estación término.

-Esa es mi idea y mi ilusión. Allí acabó todo y allí empezó de nuevo todo, así que allí quiero que acabe definitivamente todo. Pasé momentos muy duros, muy difíciles, en los que era casi imposible imaginar un futuro, pero aquellos sufrimientos sirvieron para alcanzar la gloria.

Habla con un punto de lógica nostalgia. Natural. Para los toreros de vocación las retiradas, por oportunas que sean, siempre tienen su toque de dolor. Juan parece recoger la voz y la lleva a un registro más intimista antes de repetir...

-Es un buen momento para una buena decisión. Me voy.

-Las temporadas del adiós no tienen buena prensa.

-Tranquilo. Me voy a arrimar como si fuese la primera. Eso forma parte de la decisión de despedirme. Necesito que sea triunfal.

-¿Y extensa?

-Quiero una temporada en la que pueda disfrutar de todas las plazas, tanto en las que he triunfado como en las que pasé algún calvario, que también las hay de esas. En alguna no he estado a la altura y me gustaría tener la oportunidad de estarlo. Quiero ir a todas las plazas en que se me requiera para mostrar el sentimiento de gratitud que me acompaña.

-Después del accidente de Zaragoza se puede decir que fuiste otro torero y otro hombre.

-No es que fuese otro torero u otro hombre pero sí que la vida me cambió completamente. Aquellos días Dios me dio una nueva oportunidad para todo, para vivir, para disfrutar de mi familia, para volverme a vestir de torero y gozar del toreo... Fue un milagro, cuando desperté no sabía si aquello era verdad o era un sueño. Fue un regalo de Dios.

-¿Descubriste a Dios en aquellos momentos?

-No. Ya lo tenía descubierto. Fui una persona de fe desde muy niño. Eso me lo inculcaron mis padres. Claro que cosas así te dan a entender definitivamente su grandeza infinita.

-Una imagen próxima de San Martín de Porres delata su devoción por el santo peruano.

-Me acompaña desde niño.

«Yo torero, como los toreros»

-Cuando de niño decides ser torero, ¿qué te atraía más: la pasta, el crecer socialmente, la fama…?

–No era nada de eso en concreto y era todo. Te diría que era un cúmulo de circunstancias. Me gustaba acompañar a mi padre a los toros y me sentía feliz. Era algo, el toreo que me tenía ganado. Luego cuando toreaba becerritas en el campo la descarga de adrenalina que me producía, la sensación del miedo que me generaba ese momento, me gustaba. Sí, sí, yo sentía mucho miedo, pero me gustaba. Además veía a las figuras que venían entonces por la Ruta del Toro, a los grandes maestros como Manzanares, Paquirri, Dámaso, Ruiz Miguel… Los veía con aquellos cochazos, todos llevaban Mercedes, con aquellos vestidos cortos, porque hay que ver cómo vestían, veía sus cadenas de oro con las medallas de sus devociones, les veía fuertes, poderosos y, claro, yo quería ser uno de ellos. Eso es lo que me atrajo, más que la fama que yo no conocía ni sabía cómo era. Tampoco sabía de ascensos sociales, yo no sabía siquiera lo que entendemos como la sociedad, yo sólo conocía lo que veía y era aquello que te cuento. La plaza, el campo, las figuras, su vida, su personalidad… y era por lo que quería ser torero, por ser como ellos.

-Algo así como: ¡Yo torero, como los toreros!

–Exactamente.

Se reconoce en aquella época como un niño despierto y travieso, capaz –bromea– de saltar muchas tapias.

–Mi padre cuando me ve ahora reconvenir a mis hijos por alguna trastadilla me suele decir ¡calla hijo, que tú tienes por qué callar!... eso me dice.

Eran los años en que causaba admiración en los tentaderos por su simpatía y arrojo. El crío se ponía delante de cualquier becerra que saliese sin importarle el tamaño. Paquirri le tenía especial afecto, llegó a regalarle un vestido y recuerda que en todos los tentaderos en los que coincidían, y eran muchos, le obligaba a ponerse de rodillas: «Me decía ‘¡Juan de rodillas y no te muevas!’ y yo me ponía».

«Un enamoramiento de cuento»

Su carácter de niño travieso no le eximió de la responsabilidad de ganarse la vida. Lo hizo en lo que era el trabajo familiar, repartiendo el pan que fabricaban en casa, de ahí su primer alias ‘El Panaderito’. No conforme, cuando se acercaban las navidades se buscaba un extra. Compraba junto a un amigo un lote de pavos y los ponían a la venta en la calle. El servicio era completo y al cliente que lo pedía le mataban el pavo, se lo pelaban y se lo troceaban allí mismo, recuerda entre risas Juan José, que asegura que había años en lo que despachaban más de ciento cincuenta.

–Poníamos un corralito, encendíamos la candela y llegaban los clientes. Había su ambientillo. Quiero una pava, que tenga diez kilos u ocho, aquella o la otra o la que le gustase… la cogíamos y se la preparábamos. Ganábamos un dinerito.

Era divertido y rentable, pero la recompensa gorda llegó en el reparto del pan, tarea en la que conoció a la que sería su mujer. Cabe decir que fueron novios desde siempre. Ella, Lidia, tendría, me cuenta Juan José, catorce años, y él pocos más; él era un aspirante a torero, despierto y bien caído que se ganaba la vida repartiendo pan por los barrios de Jerez y ella una niña recatada y buena estudiante.

«Empecé por conquistar a la madre. De tanto en tanto le regalaba un bollito. ‘Este pa la niña’ y le advertía a la vez de que ella iba a ser mi suegra». Y como tantas veces, Padilla se salió con la suya. «Fue un enamoramiento precioso». «De cuento», le recuerdo que me ha dicho en alguna ocasión. «Y lo mantengo», añade.

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