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Un museo en la piel

Un museo en la piel

Algunos profesionales del sector trabajan por encargo, viajan a otros países y suman clientes cada día

ÁLVARO G. DEVÍS

Lunes, 27 de febrero 2017, 00:44

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La historia del tatuaje tiene más de historia que de arte. Se remonta a los piratas, después pasa por ser una marca del ejército norteamericano y en las últimas décadas se ha resignificado como un símbolo de libertad y empoderamiento, una forma de decir quién se es y cuáles son sus circunstancias. La historia del tatuaje también tiene más de debate que de arte, al decoro y la formalidad se les enfrenta un dibujo permanente en la piel.

Conforme se ha ido normalizando (el Museo de Londres incluso le ha dedicado una exposición), el mundo del tatuaje se ha hecho hueco en el panorama artístico y, concretamente, en la escena más periférica. De ahí han surgido grandes nombres del gremio que destacan por su estilo, precisión y manera de hacer las cosas, y Valencia está empezando a capitalizar su lugar en el mapa.

«Hace tiempo que Barcelona y Madrid cuentan con estudios de referencia, pero ahora Valencia también está en ello». Esto lo dice Sento, un tatuador con más de 20 años de experiencia a sus espaldas que cumple un año con su nuevo estudio, No Land Tattoo Parlour (C/ Lepanto, 13). Se atreve a hablar de escena local: «En los últimos años han surgido muy buenos estudios y muchos artistas, además de que pasen por aquí grandes tatuadores nacionales e internacionales».

No Land Tattoo Parlour se ha constituido en poco tiempo como un sitio de peregrinaje del mundo 'tattoo' en la capital de Turia. No solo por su marcada estética y su plantilla de profesionales, sino porque cuenta hasta con una sala de exposiciones en la que otras disciplinas comparten espacio con el arte de dibujar sobre la piel.

Sento es la cara visible del estudio, también en las redes sociales. «Existe toda una generación que es difícil que me conozca si no es por Instagram. Actualmente para un tatuador es imprescindible», afirma. Su cuenta 'personal' es seguida por más de 6200 personas, una audiencia diaria más que envidiable por otros artistas. Internet ha convertido a algunos profesionales de la ciudad casi en estrellas de rock: además de tener su estudio, viven de encargos y viajan invitados por estudios de todo el mundo. Los clientes se rifan los pocos turnos que ofrece el tatuador, que no suele estar más de unos días en la misma ciudad.

Es el caso (salvando las distancias con el rock) de Augusto Cabrera. Además de tatuar en Cabanyal Tattoo (C/Mediterráneo, 19), programa una media de un viaje al mes, a veces por invitación y otras porque se le acumulan peticiones de clientes en un lugar concreto. Esta semana le ha costado incluso encontrar hueco entre trabajo y trabajo para contestar a las preguntas de LAS PROVINCIAS.

La exposición cutánea

Anna Pedrón tiene 23 años y sigue con interés a algunos tatuadores a través de las redes sociales. Tiene seis dibujos que se ha ido haciendo a lo largo de los últimos tres años. «Quiero llenarme de tatuajes, pero no de cualquiera», es un buen resumen de su filosofía corporal.

Para tatuarse siempre ha seguido el mismo modus operandi. Un profesional al que sigue anuncia que va a estar unos días cerca de donde ella vive. Contacta directamente con él y concierta una cita. Le suele pedir algo, sin especificar mucho y no ve el resultado del boceto hasta que llega al mismo estudio. Anna busca una unidad sobre su piel: le interesa el estilo del retrato tradicional, el 'old skool'. «El primero que me hice fue un médico y una enfermera con La Moderna (una tatuadora madrileña). Era un homenaje a mis padres, pero en ningún momento le enseñé una foto de ellos o les describí. Ya quería un médico y una enfermera de La Moderna», cuenta.

Desde entonces, los tatuajes que se ha hecho han mantenido una coherencia visual (estilo tradicional, líneas gruesas, predominio del negro). Así, su cuerpo se ha convertido en una exposición personal de trabajos de los creadores que le gustan, una especie de colección privada de arte que se ve, pero también se pasea, se ducha y se muestra.

La artesanía y el porvenir

¿Y qué pasa en Valencia? Pues todo y nada. A diferencia de otros sectores, el tatuaje es algo más global y la región no está creando una escuela ni cambiando el mundo, pero sí que se ha adaptado perfectamente a las exigencias de una demanda más que creciente.

En los últimos años se ha configurado todo un 'star system' propio que está dando pasos de gigante. «Más que escena, Valencia tiene industria. Ya hay tatuadores, estudios, material y todo para poder decirlo. Estamos en la cúspide, muriendo del éxito». Estas son palabras de Don Rogelio, un nombre que puede sonar familiar por varias razones. Además de su carrera como tatuador, es dibujante (que no ilustrador, así le gusta definirse) y músico.

Don Rogelio es genuino y huye de lo convencional. También de las redes sociales. «Tengo una cartera de clientes pequeña porque funciona con el boca a boca de mis dibujos. Yo lo prefiero así, soy de la vieja escuela», comenta.

Los tres entrevistados tienen un estilo muy marcado y reconocible y sus rutinas se pueden comparar, por ejemplo, a las de un ilustrador. Aunque se adaptan a las peticiones, siempre impregnan su trabajo con las marcas de la casa. Hay gente que acude con demandas más o menos concretas, pero también hay quién ve un diseño en internet y le dice «quiero esto» o simplemente «tatúame». «Son mis favoritos», confiesa Don Rogelio. Este estatus lo han conseguido con años de dedicación al oficio y de labrarse una voz propia, que además tenga la capacidad de conocerse. El objetivo es colarse en las colecciones cutáneas.

Otra vez, el tatuaje tiene más de debate que de arte. Y muchos profesionales huyen del término 'artista'. Simpatizan más (tal vez por la propia historia de la disciplina) con 'artesano'. No les cuesta decir que comparten con otros autores las rutinas, el carácter creativo y las ganas de ser subversivos, pero aún les cuesta menos marcar diferencias. «Somos las monjitas del arte, estamos cohibidos por la técnica. Podemos imaginar cientos de elementos diferentes, pero siempre desde la tinta sobre la piel», sentencia Don Rogelio. «El trabajo del tatuador es puramente autodidacta, aquí cada uno nos hemos hecho a uno mismo», añade Sento.

Sea como fuere, el mundo de los tatuajes ya he encontrado su lugar en Valencia. La evolución de la imagen que la sociedad tiene de esta disciplina ha conseguido que la periferia del arte sea industria. Al dinero público ni se le ve ni se le espera, los artistas (o artesanos) ya van solos. Pocas veces se puede decir esto en las páginas de Cultura.

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