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El arte de besar

El arte de besar

Muchos creadores han apostado por representar la pasión

BEGOÑA GÓMEZ MORAL

Sábado, 11 de febrero 2017, 20:55

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Por más que en el arte haya muchos besos, se echa de menos la 'terribilitá' de uno esculpido por Miguel Ángel; el misterio que Leonardo hubiese dado a ese gesto; la perfección de Rafael; la luz mística de un beso visto por Piero della Francesca o la pintura con mayúsculas en uno de Rembrandt. El Bosco pintó un cerdo que intenta besar a un hombre, pero no es lo mismo. El 'Matrimonio Arnolfini' de Jan van Eyck podía haberse besado y no se besa, Velázquez no dejó ni un beso, ni Rubens, ni Goya. Hay algunos besos en la cerámica griega y uno o dos anteriores, pero es Giotto el primer gran pintor en representarlo en 1305, aunque el suyo no trata de amor, sino de la actitud problemática de Judas.

El beso es un acto tan significativo como versátil. Los frescos de Giotto prueban que puede parecer respeto y ser traición, puede ser saludo o despedida, pasión o indiferencia. Si en el pasado escasean las escenas de besos en pintura y escultura, a partir del siglo XIX los artistas han incorporado esa riqueza simbólica con asiduidad hasta llegar a ejemplos recientes como 'El beso' de Tino Sehgal: una pareja que se besa durante horas a la vista del público mientras adoptan distintas actitudes. Desde su estreno en Nantes en 2002 se ha materializado un buen número de veces y el MoMA posee una copia, es decir, posee el derecho a representarlo, ya que Sehgal no deja más rastro material de su trabajo que la experiencia vivida por los visitantes y un acuerdo verbal cuando vende una obra. Por lo tanto, de su 'beso' no hay fotos, vídeos ni certificados. En 2012 se representó en la rotonda del Guggenheim de Nueva York para sorpresa de algunos turistas desprevenidos, que lo confundieron en un primer momento con una escena de la vida real, dos verdaderos enamorados entregados a la pasión allí mismo, en el centro geométrico de la espiral de Frank Lloyd Wright. Los movimientos y posiciones de los intérpretes no son espontáneos, componen una coreografía lenta e incesante basada en reproducir otros besos del arte, desde la serie 'Made in Heaven' de Jeff Koons hasta varias pinturas de Gustave Courbet de 1860. Sin aviso previo, no es fácil reconocer esas referencias, a pesar de incluir algunos besos de extraordinaria celebridad, como el de Gustave Klimt, el de Constantin Brancusi o el de Auguste Rodin.

Beso político

La escultura original de este último, que despierta entusiasmo como expresión idealizada de la pasión amorosa, no tenía en principio ese significado. Más bien al contrario, representaba la condena de los enamorados en el infierno descrito por Dante en la 'Divina Comedia', segundo círculo, para más señas. Solo después del éxito enorme e inmediato de la pieza decidió Rodin liberar a Paolo y Francesca de Rimini y hacer figuras universales de estos dos jóvenes enamorados sin remedio mientras leían un libro, que puede verse esbozado bajo la mano izquierda del hombre en las distintas versiones de la escultura, en bronce o en piedra, a escala reducida o monumental.

Entre los besos que representan algo más que la ternura de los amantes destaca el de Francesco Hayez, conservado en la Pinacoteca Brera de Milán. Se trata también de un beso icónico de enorme popularidad, una obra cumbre del periodo romántico en el sur de Europa y una escena de amor medieval sublimado. Así se podría imaginar a Romeo y Julieta, aunque de lo que habla en realidad esta alegoría es de nociones sobre unión política y social en los años del 'Risorgimento', el ideario que desembocaría finalmente en la unificación italiana. La combinación de colores -blanco, azul y rojo-, los rostros impersonales y casi ocultos, la postura con un pie en la escalera -tan inestable como apasionada- todo tenía significado político en 1859, cuando Hayez pintó la primera versión del cuadro durante un tiempo decisivo para el futuro del país trasalpino tal como lo conocemos, sin olvidar la misteriosa silueta que parece acechar a los enamorados desde las sombras.

«No esculpo pájaros, sino su vuelo», decía Brancusi y tampoco trató de representar un beso concreto, sino su esencia, su totalidad. La visión desprovista de narrativa y la atención a los materiales, que «eran verdad» en sus manos, articulan a la perfección la trascendencia del sencillo gesto afectivo que es besar, aunque también está asociada a una historia de emociones que se adivinan desbocadas: en el cementerio de Montparnasse, se encuentra una de varias versiones de ese beso esencial que esculpió Brancusi. Allí, bajo el sol y la lluvia, guarda la tumba de su amiga Tania Rachevskaia, una joven de quien se conocen solo dos datos, aunque suficientes para perfilar una vida: era anarquista y se suicidó por amor. En el mismo cementerio descansa el propio Brancusi con otros artistas en una tumba sin épica.

Mientras tanto, en el camposanto más célebre de París, el de Père-Lachaise, centenares de visitantes se acercan cada año a la tumba de Oscar Wilde. La escultura de Jacob Epstein que cubre sus restos, tallada en un bloque de 20 toneladas de piedra, no representa un beso, sino una esfinge, pero está ligada al acto de besar. Durante años, parte del ritual turístico era estampar en ella la marca de los labios pintados hasta que en 2011 hubo que impedir el acceso a los vándalos amorosos con una barrera de cristal. La grasa del carmín estaba dañando la piedra, que apenas soportaba ya más limpiezas.

Mármol sentimental

El beso contiene capacidad destructora y energía vivificante. En Chipre, cuna de Afrodita, situó Ovidio la fábula de Pigmalión, el artista enamorado de su escultura, que cobra vida con un beso gracias a la intervención de la diosa. La narración forma parte de 'Las metamorfosis' y ha servido de tema para algunas pinturas, como la del academicista Gérôme, que capta el momento exacto en que el cuerpo inanimado deja de ser mármol. Venus también toma parte de manera menos generosa en otros sucesos mitológicos descritos por Apuleyo en 'El asno de oro'. Se trata, sobre todo, de la historia de amor entre Cupido y su amada Psique, a quien la diosa, en calidad de suegra desconfiada, somete a varias pruebas nada sencillas, entre ellas descender al inframundo. La joven cae finalmente en el 'sueño estigio', similar a la muerte, hasta que Cupido la revive con un beso. Quienes la hayan visto en el Louvre no habrán olvidado la escena recreada en mármol deslumbrante por el maestro neoclásico Antonio Canova, un conjunto con un grado excesivo de dulzura para el gusto contemporáneo, pero que le sienta bien a la idea del Amor enamorado. Para quienes no temen la diabetes estética y disfrutan con una dosis sentimental aun mayor, Bouguereau dejó en 1890 su interpretación de 'Cupido y Psique como niños'. Parece mentira que Edvard Munch pintase una visión tan diferente de un beso solo siete años después. La pincelada característica del pintor noruego, expresionista y alargada, funde en una sola figura a la pareja, que se debate en uno de esos espacios opresivos y hostiles que Munch sabía conjurar.

En el siglo XVIII, hubo besos robados y escenas de picaresca amorosa, algunas nacidas del pincel sensual de Boucher o Fragonard. Pero con el siglo XX llegaron los besos vendidos. La revisión de estereotipos femeninos llevó a Orlan en 1977 a ofrecer besos a 5 francos durante una de sus performances más célebres y escandalosas: 'Le baiser de l'artiste'. En esa línea, la última polémica hasta la fecha es el vídeo de 2003 de Andrea Fraser, donde la artista estadounidense no se detenía en los besos, sino que ponía en tela de juicio el sistema comercial del arte al mantener relaciones sexuales 'completas' con un coleccionista. El encargado de organizar el encuentro fue el marchante de Fraser y el precio fijado ascendió a 20.000 dólares, a distribuir entre ambos, como si se tratase de una pieza convencional. Jeff Koons también tuvo su porción de controversia con 'Made in Heaven' a principios de los noventa, cuando estaba casado con la actriz Illona Staller y realizó esculturas y fotos de ambos en pleno encuentro sexual. Aunque no fuese lo más llamativo de la serie, también había algún beso. Además, Koons es admirador de los 'besos' cubistas de Pablo Picasso y posee una de las cuatro pinturas fechadas en 1969, cuando el genio malagueño contaba 87 años.

A caballo entre el siglo XX y el XXI, Wim Delvoye radiografió varios besos. El resultado, impreso sobre aluminio a tamaño aproximado de un metro de lado, deja los aspectos emocionales en segundo plano; no puede ser de otro modo cuando empastes e implantes dentales cobran un fantasmal protagonismo y confieren a las imágenes un eco entre el accidente aéreo y el 'memento mori'. Algo les acerca al antiguo tema medieval de 'La muerte y la doncella', interpretado en distintos momentos por Puvis de Chavannes, Egon Schiele, Joseph Beuys o Hans Baldung Grien, que también lo representó con un beso.

Aunque en los últimos tiempos los intereses del artista francés Ange Leccia se han dirigido hacia la videocreación, cuando se trata de besos, hay museos y comisarios que cuentan con su serie 'Arrangements', iniciada ya hace casi 30 años. Se trata de objetos de producción industrial, desde coches hasta pequeños flexos de escritorio, idénticos y dispuestos uno frente a otro que se leen a menudo como referencia al universo de Duchamp, donde las máquinas han dejado de admirarse desde lejos y adoptan por fin la actitud humana del beso.

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