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Adrián sale a hombros ayer de la plaza de toros de Valencia.
Adrián y Ginés Marín  se llevan la tarde

Adrián y Ginés Marín se llevan la tarde

El niño sale en hombros, el extremeño corta un rabo y todos dan ejemplo de solidaridad

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Sábado, 8 de octubre 2016, 23:52

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A Adrián se lo llevaron los toreros, sus ídolos, por la puerta grande. Estaba más que merecido. Era su tarde y era de justicia. El toreo, en genérico, que es agradecido por naturaleza, se lo debía. Adrián es el niño que se ha convertido en referencia de la pasión torera y su mejor valedor. Cuando tanto interesado intenta sacarle rédito político y personal a su pelea contra el toro, llega un crío como éste, cargado de valores, todo corazón, todo inocencia, un ejemplo de superación, lidiador de primera en la brega contra la maldita enfermedad, y los deja con las vergüenzas al aire. Cada vuelta al ruedo, donde se apreciaba claramente los efectos de la enfermedad en sus huesecillos, la guasa la denominan los castizos, aquellos sus andares, toreros y tambaleantes sin perder la sonrisa, era un ejemplo para el mundo, un grito de así se lucha, así se agarra uno al futuro, así se colabora con los otros chicos que andan en esa misma lidia maldita. Los beneficios del festival de ayer, nacido al socaire de su afición, irán destinados a la investigación. Una vez más, allí donde la España oficial regatea apoyo, la España real, la gente de la calle, en este caso la gente del toro, con Adrián al frente, meten el hombro de la solidaridad.

En lo estrictamente taurino fue la tarde de Ginés Marín, un extremeño de Jerez con la alternativa recién estrenada. Llegó a sustituir a su paisano Garrido y le cortó un rabo a un ejemplar de Domingo Hernández al que acabaron dándole la vuelta al ruedo más por méritos del torero que del propio novillo. Ya se sabe que en un festival como el de ayer no caben muchos rigores críticos, no sería justo, y por tanto los triunfos no tienen el valor de los que se alcanzan en una corrida de toros. Eso es así con las excepciones de triunfos como el de ayer. Contundente, incendiario Marín, no había hecho más que comenzar la faena de muleta y estaba el público en pie. Literalmente, rompiéndose las manos de tanto aplaudir, dando vítores, qué tendrá el toreo, qué automatismo lleva a que en cuestión de segundos una masa se enerve de esa manera. Lo logró cuando tiró de los efectos especiales del toreo de rodillas y cuando toreó por abajo, templado y reunido. Le concedieron el rabo, como en los viejos tiempos, y al acabar nadie se preguntaba si era un festival o no.

La plaza registró una buena entrada, mediado el festejo se rifaron recuerdos y trebejos que habían donado diversos matadores que no pudieron torear; los siete diestros de ayer brindaron sus faenas a Adrián, los siete le sacaron a saludar y todos ellos sin excepción dieron lo mejor de sí mismos. El Soro, que abrió plaza, sacó a relucir todo su repertorio ante un buen novillo de Luis Algarra. Ponce dio una lección de torería: recursos de maestro, dominio total, de los tiempos, de la distancia, de las alturas, de cuándo había que apretar y cuándo había que ceder para sacar lo mejor del toro de Daniel Ruiz.

Vicente Barrera, Rafaelillo, Román y Fernando Beltrán pusieron todo cuanto estuvo de su parte. La personalidad vertical de Barrera; la frescura de Román, que quiso banderillear a costa de mostrar su impericia; la habilidad y los recursos de Rafaelillo para buscarle las vueltas a su oponente; y la ilusión novilleril de Beltrán, que quiso mostrar todo cuanto había soñado hacer.

Todo ello se resume en la siguiente ficha: novillos de Luis Algarra, Daniel Ruiz, Las Ramblas, Fuente Ymbro, El Freixo, Domingo Hernández y Fuente Ymbro. El Soro, dos orejas; Enrique Ponce, dos orejas tras aviso; Vicente Barrera, dos orejas; Rafaelillo, dos orejas tras aviso; Román, oreja; Ginés Marín, dos orejas y rabo; y el novillero Fernando Beltrán, oreja tras aviso.

Pero por encima de todo fue la tarde de Adrián, la misma que lanzó a Ginés Marín, tarde de ejemplos y torería. Qué más se puede pedir.

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