Borrar
Urgente El precio de la luz sigue a la baja este Viernes Santo: las horas que costará menos de 1 euro
Salón Novedades, que fue cine, en la que hoy es calle Las Barcas.
La Valencia que existe en libros

La Valencia que existe en libros

Los autores proponen un viaje a las calles y a los modos de vida del pasado a través de edificios desaparecidos, cines y delincuentes comunes

CARMEN VELASCO

Domingo, 29 de mayo 2016, 22:09

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

valencia. Cuesta imaginar un futuro para Valencia sin la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pero seguramente los vecinos que conocieron y vivieron cerca del Palacio Real o el de Ripalda tampoco pensarían que ambos edificios pudieran desaparecer. La Valencia de hoy probablemente diste mucho de la del mañana porque los caminos urbanísticos son inescrutables. Unas veces por motivos fortuitos y otras por negligencias, hay una Valencia que sólo existe en los libros, tanto por el trazado urbano como por la vida cotidiana.

Tres publicaciones recorren la ciudad de antaño: 'Valencia desde el tranvía no es la misma', de Xavier Oms (Drassana); 'Cines olvidados. Valencia, periferia y pedanías', de Severiano Iglesias Tortosa (Sargantana) y 'Valencia Canalla. Carteristas, rateros, comercio clandestino, juegos prohibidos...' (Samaruc). Son títulos que plasman a través de fotomontajes, imágenes y documentación la memoria urbana, cultural y marginal de tiempos pretéritos. Hacen arqueología del recuerdo desde la actualidad.

Pasado y presente de Valencia no están reñidos. Así lo demuestra Xavier Oms quien opta por trenzar elementos antiguos en imágenes de hoy, por ejemplo, bañistas del siglo XIX en el actual Balneario de las Arenas; carromatos de 1888 y vehículos de 2013 a las puertas de las Torres de Quart; el viejo tranvía atravesando el puente de Serranos con las instalaciones deportivas del actual cauce del río Turia.... El libro es «un intento de recuperar la memoria urbana de Valencia», explica Oms. Es una invitación a imaginar cómo sería la vida de los valencianos si la ciudad del pasado no hubiera desaparecido. «No todo tiempo pasado fue mejor», remarca el autor. No recurre a la nostalgia, sino a recobrar el patrimonio histórico «para conocer y querer más a la ciudad», argumenta Oms, quien acompaña las 150 imágenes con textos que, a priori, parecen inconexos pero que trazan una historia unitaria.

Sólo se hace Valencia a pie de calle, es una urbe abordable paso a paso. Sostiene Oms, a quien le gusta pasear y perderse por el centro histórico, por callejuelas y por los barrios, que a Valencia «no la conocemos bastante. Siempre hay cosas por descubrir». «El hombre hace la ciudad, pero es la ciudad la que condiciona la vida del ciudadano», enfatiza Oms, quien se nutre de las imágenes comparativas del blog de Ángel Martínez, 'La Valencia desaparecida'.

Severiano Iglesias también posiciona al lector ante una realidad cotidiana que no existe: la ciudad plagada de cines. A diferencia de Oms, el autor defiende que 'Cines olvidados. Valencia, periferia y pedanías' es «un libro para nostálgicos», de cuando la gente «iba al cine a emocionarse, a reírse o a llorar», rememora. «El cine significó mucho. No había otro ocio: cine y más cine. Yo me he criado en ellos», asegura.

Con este volumen, a juicio de Iglesias, se completa el trabajo realizado por Miguel Tejedor, que tiene dos libros publicados sobre los cines de Valencia, porque «se amplía la investigación a pedanías y pueblos de Valencia y, además, se incluyen cineclubs y terrazas de verano». Así, el autor da cuenta de que fue el párroco Andrés Prats quien promovió en 1946 un local con fines no estrictamente espirituales que operó como cine en Borbotó hasta mediados de los 60, donde se proyectaron 'El pescador de coplas', 'Un rayo de luz' o 'El pequeño ruiseñor'; que donde había un bar nació un cine en 1941 en El Palmar, que se mantuvo hasta la década de los 70, tiempo suficiente para acercar a los vecinos 'Cañas y barro', 'Cita en Honduras', 'Ben-Hur' o 'Escuela de sirenas'; y que en Benimàmet hubo hasta siete cines (Salón Imperio, Cervantes, Salón Moderno, Cine Terraza Frontón, Benibur, Lux y Terraza Cervantes).

En la Biblioteca Nacional hay más de 12.000 entradas relacionadas con los términos cinematógrafo y Valencia. Iglesias no ha podido indagar en todos los documentos, sí ha profundizado en hermeroteca y en testimonios. Tras casi un año y medio de trabajo, mantiene que el «gran desconocido es el cine Valencia, cuyo edificio sigue en pie en la calle Organista Plasencia. De estilo art decó, era conocido como el ataúd por su forma estrecha. A él acudían gentes de condición humilde, en su mayoría labradores, peones, costureras y sirvientas», pero también destaca el cineclub S.A.R.E. (1959-1966) que consistió en colocar una pantalla en el presbiterio de la iglesia San Juan del Hospital.

El autor documenta salas, desde 1896 hasta la actualidad (incluye la reapertura de las multisalas Aragón de Valencia), que transformaron la fisonomía de las calles hasta 1976, año en que empieza a decaer la presencia de cines en las ciudades. «En 1980 se comercializa el vídeo, cuyas primeras víctimas fueron los cines de reestreno, como Paz, Monumental, Avenida y Metropol. Luego cayeron los de estreno: Tyris (2002), Serrano y Artis (2003) y Acteón (2005). Las multisalas de ahora no tienen encanto», apunta.

Xavier Oms y Severiano Iglesias se acercan al pasado desde una mirada paralela. El primero se sube al tranvía para redescubrir una ciudad inexistente, pero que bebe de la realidad. El segundo recurre al séptimo arte para conocer cómo giraba la vida alrededor del cine. Rafael Solaz, en cambio, se fija en la Valencia tramposa, la de malhechores, maleantes, farsantes y timadores.

La fauna de la picaresca no sólo posee leyes y códigos particulares sino que se desenvuelve en una trama urbana propia. 'Valencia Canalla. Carteristas, rateros, comercio clandestino, juegos prohibidos...' da cuenta, desde el siglo XIV hasta principios del XXI, de las acciones y los movimientos de «hombres de perversa condición», como criminales, ladrones o charlatanes.

La cartografía de la delincuencia se extiende por la calle Ribera, «un paraíso para carteristas avispados»; el barrio chino, donde en el bar Coral, se jugaban partidas con apuestas de dinero con la participación de El guaje, El Llanta y El Palomo, jugadores 'de ventaja' (que se dejaban perder para luego ganar); o la plaza Redonda, un «oasis del comercio clandestino», escribe Solaz.

La publicación está plagada de casuística. Así, el investigador valenciano recuerda la muerte en la horda de Bernabé Beltrán, acusado de falsificar albaranes de la ciudad, en 1626; la fuga espectacular de 'Los Moscas', dos hermanos carteristas; y al vendedor del rastro Antonio o 'Antoine', cuyos objetos siempre procedían de casas señoriales y palaciegas y confundía autores y épocas (así vendía Picasso del siglo XVIII y Pinazo del XV).

Las cárceles suministran un curioso paisanaje de tramposos y delincuentes. En 1909 en el penal de San Miguel de los Reyes había 1.476 reclusos, de los que sólo un centenar estaban a cadena perpetua. Juan Herrero, el preso más antiguo, fue condenado por estaba en 1891 mientras que el reo más anciano era José Pérez, que entró al penal (hoy Biblioteca Valenciana) por un crimen.

La maldad no discrimina género. Solaz recupera la presencia de las tabaqueras que circulaban por Valencia ofreciendo picadura fina de la Habana cuando en realidad se trataba de tabaco vulgar y recogido en la huerta de Ruzafa; o el caso de los años 80 protagonizado por una elegante mujer que porta un cochecito de bebé, entra en una lujosa peletería de la avenida de Barón de Cárcer, se prueba un abrigo de visión, se sobresalta al ver desde el interior del establecimiento la grúa municipal y desaparece dejando el cochecito (donde no hay un bebé, sino un muñeco) y con la prenda encima.

Solaz, Iglesias y Oms revisitan una ciudad y sus barrios en blanco y negro. Realizan su particular cartografía a la Valencia que un día fue.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios