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El arte de la imperfección

El arte de la imperfección

La Fundación Mapfre expone una retrospectiva de la fotógrafa inglesa Julia Margaret Cameron

Antonio Paniagua

Domingo, 20 de marzo 2016, 09:14

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Julia Margaret Cameron (Calcuta, 1815 - Ceilán, 1879) fue una fotógrafa audaz. Conocida por sus retratos, sus obras se enfrentaron a la opinión dominante al hacer añicos numerosos dogmas entonces inapelables. Sus fotografías aparecían deliberadamente desenfocadas e incluían manchas, arañazos y otras huellas de su proceso creativo. Tal circunstancia la hizo destinataria de críticas inmisericordes de muchos de sus colegas, pero ella continuó desafiando todos los cánones. Siguió adelante y se hizo famosa por capturar el alma de los retratados. Sus composiciones, en la que abundaban las mujeres y las niñas, destilan poesía en grandes dosis. Fue pionera además de una concepción artística de la fotografía, una disciplina que pretendía «ennoblecer». Coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento de Cameron, la Fundación Mapfre expone una retrospectiva de la artista que se podrá ver hasta el 15 de mayo.

A los 48 años su yerno y su hija le regalaron una cámara y pronto desarrolló una intrépida carrera. Lo que iba a ser un juguete contra el aburrimiento se convirtió en una obsesión. Cameron hizo posar a hijos, nietos y sirvientes, y luego a poetas, escritores y científicos cuando las dificultades económicas de sus haciendas la abocaron a ganar dinero con su verdadera vocación. En apenas dos años ya había vendido algunas de sus obras y donado fotografías al South Kensington Museum (actualmente conocido como Victoria and Albert Museum).

Entusiasmada con el artefacto, Cameron hizo de la carbonera su cuarto oscuro. Antes ya había hecho algunos álbumes y revelado algunas fotografías. Dio rienda suelta a su recién adquirida afición cuando el nuevo arte exigía un trabajo arduo y el manejo de materiales potencialmente peligrosos. Eso no la arredró y desde bien pronto se dedicó a experimentar y acuñar un estilo propio. Ensayó retratos con una iluminación intensa, un enfoque indefinido y composiciones de primeros planos. En sus primeras obras se aprecia la influencia de David Wilkie Wynfield, quien pintaba a personas vestidas con atuendos medievales y renacentistas.

Sus mujeres aparecían envueltas en un halo de belleza romántica y enfermiza, pero también con una apostura firme y desafiante, dotadas todas ellas de un aura trágica. Según Marta Weiss, comisaria de la exposición, la artista fue atacada con saña de forma injusta por sus imperfecciones técnicas. Sin embargo, sabiéndose artista, perseveró en su estilo. Como dijo Weiss, Julia Margaret Cameron «hizo del error su éxito». Además, no todas las impurezas obedecían a yerros, sino que eran resultado de su empeño infatigable de explorar nuevos caminos.

Como devota cristiana que era reprodujo muchas Vírgenes con el niño Jesús. Mary Hillier, una de sus sirvientas, posó a menudo para ella en el papel de Madonna. En su propósito de crear un «arte elevado», Cameron quiso hacer fotografías que suspendieran el espíritu y resultaran moralmente instructivas.

     

Talento y ambición

La exposición, integrada por más de cien fotografías, se ordena en cinco secciones, precedidas cada una por una carta dirigida por Cameron al entonces director del South Kensington Museum, Henry Cole, en la que queda constancia, «de su gusto por la floritura y su fuerte personalidad». La correspondencia que mantuvo con Henry Cole muestra a una mujer segura de su talento, ansiosa por exponer y llena de ambición. No en balde quería llegar a un público amplio y rentabilizar su arte. Con sus obras pretendía «electrizar» al espectador y «sorprender al mundo». «Confío en que no sea una vana imaginación mía decir que ¡nunca se han hecho fotografías como éstas y nunca serán superadas!», escribía una obstinada Cameron. Ese deseo de obtener ingresos la indujo a preguntar a Cole si podría fotografiar a algún miembro de la familia real, en la creencia de que la presencia de personajes conocidos facilitaría la venta de copias.

Provista de una nueva cámara de mayor tamaño, acometió retratos de gran penetración emocional y siguió haciendo retablos alegóricos y narrativos. Además se puso a la tarea de realizar bustos de tamaño natural, retratos que descollaban por su intensidad y ternura. Con esa cámara las fotos adquirían una calidad escultórica, si bien el revelado seguía siendo complicado y, como dijo Weiss, «con muchas posibilidades de que se produjeran errores».

Uno de los grandes proyectos de Cameron fueron unas ilustraciones para 'Los idilios de rey', de Alfred Tennyson, una serie de poemas narrativos basados en la leyenda del rey Arturo. Son representaciones muy teatrales. Hizo 254 tomas, de las cuales sólo se publicaron finalmente 25 repartidas en dos volúmenes.

Vistas hoy, las fotografías de Cameron tienen gran modernidad, sobre todo por su luz y su forma de encuadrar, que dotaban a sus composiciones de una enorme energía dramática. «Mi aspiración», escribió, «es ennoblecer la fotografía y garantizar que se la tenga por un arte con mayúsculas capaz de combinar lo ideal y lo real sin sacrificar la verdad y desde la más completa devoción hacia la poesía y la belleza».

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