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Las plataformas de 'streaming' están logrando que muchos aficionados vuelvan a pagar por la música.
Que no pare la música

Que no pare la música

Spotify ha duplicado sus usuarios de pago en sólo un año, hasta alcanzar los 20 millones en todo el mundo. ¿Está declinando la cultura del 'gratis total'?

carlos benito

Lunes, 3 de agosto 2015, 20:01

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Hace veinticinco años, un aficionado a la música habría sufrido sudores y palpitaciones si le hubiesen dicho que podía acceder en cualquier momento a treinta millones de canciones, que viene a ser la cifra que tiene licenciada Spotify en todo el mundo. Nuestro atónito protagonista, acostumbrado a añadir nuevas referencias a su discoteca a base de gasto y esfuerzo, se habría puesto tremendamente nervioso con la noticia y se habría declarado dispuesto a pagar lo que fuese a cambio de tal maravilla. No se puede decir que ahí esté todo, porque faltan cositas como los Beatles o la respondona Taylor Swift, pero sí es un cuerno de la abundancia donde se puede encontrar desde los bombazos bailables recién editados hasta el rock camboyano de Ros Sereysothea o el sitar andaluz de Gualberto, por poner un par de ejemplos un poco más rebuscadillos.

QUÉ SE ESCUCHA

  • 1. Enrique Iglesias. Fue el más reproducido por los españoles en Spotify en 2014.

  • 2. Ed Sheeran. El más escuchado en el mundo.

  • 3. alt-J. Se alzaron como artistas revelación a nivel global.

  • 4. Pharrell Williams. Happy fue el tema más oído.

  • 5. Benjamin Francis Leftwich. Su Shine fue la canción más adictiva (la que se reprodujo más veces en repeat, es decir, seguidas).

Sin embargo, hace cuatro años, cuando la empresa sueca implantó restricciones a su servicio gratuito, la mentalidad había cambiado. Un montón de aficionados del siglo XXI se apresuraron a dejar claro, en cualquier foro que se lo permitiese, que no pensaban gastarse ni un solo céntimo en música y que, de hecho, se sentían escandalizados y ofendidos ante ese planteamiento: pagar se había convertido en un concepto radicalmente ajeno para muchos, sobre todo para los jóvenes que habían crecido con la noción de que es posible conseguir cualquier canción de manera gratuita y cómoda. Y no solo el último reggaetón o las rarezas del pasado, sino también los éxitos de Taylor Swift o la discografía completa de los Beatles, cómodamente comprimida para descargarla en un pispás. El propio Spotify sigue manteniendo la opción gratuita, aunque con limitaciones y sobresaltos: uno está escuchando una cantata de Bach o algún tema lúgubre de Leonard Cohen y, de repente, le salta el anuncio sandunguero de lo nuevo de Melendi.

Pese a aquella resistencia inicial, da la impresión de que estamos asistiendo a una nueva mudanza en este asunto tan espinoso del precio de la música. Las cifras de Spotify se han vuelto muy llamativas: en poco más de un año, desde mayo de 2014 hasta junio de 2015, sus usuarios de pago se han duplicado, al pasar de diez a veinte millones en todo el mundo. La proporción de suscriptores se mantiene en torno al 25% del conjunto total, que actualmente supera los 75 millones, y su pujanza ha empezado a hacerse notar en las cuentas de la industria. Este mismo lunes, se ha presentado el informe sobre el mercado español correspondiente al primer semestre de este año, en el que se cita el streaming (la música escuchada en línea, sin descargar los archivos) como la "tabla de salvación" para el sector: los ingresos obtenidos por esta vía han crecido un 39,78% y se sitúan ya a un paso de lo que produce la venta de formatos físicos. Hay países donde su protagonismo es mucho más marcado: en Noruega, el streaming genera el 65% de los ingresos totales; en Suecia, el 80%.

"No se trata solo de Spotify: hace nada, Rhapsody/Napster, el servicio más antiguo, logró sus mejores resultados en trece años de historia y llegó a los tres millones de suscriptores", apunta Ángel Navas, cofundador del portal Industria Musical y consultor especializado en entorno digital. Deezer, el otro peso pesado del sector, ronda los seis millones de usuarios de pago. ¿Por qué tantas personas deciden hacer un desembolso por un contenido que, al fin y al cabo, podrían conseguir gratis? "Es el resultado de una combinación de elementos -analiza Navas-, como mayor un conocimiento sobre lo que son los servicios de streaming y sus ventajas, penetración de los dispositivos móviles, mejoras en el rendimiento de ancho de bandas, adecuaciones en las tarifas... y, por último, pero no menos importante: lo que ofrecen estos servicios es mucho mejor que la piratería, que consume mucho tiempo y trae riesgos de virus y legales".

El consumidor fino

"Disponer de ese caudal musical por diez euros al mes en tu PC o tus dispositivos móviles, con alta calidad, una interfaz eficaz y capacidades sociales para compartir música y descubrir nuevas propuestas es, literalmente, un chollo. Veníamos de un modelo en el que la música se poseía y ha costado unos años que el público cambie su mentalidad", valora Ibai Cereijo, director general de Woo Media, una agencia de comunicación especializada en música electrónica y redes sociales. "Spotify y el resto de las plataformas han hecho un enorme esfuerzo de marketing para propiciar ese cambio de mentalidad. Lo están logrando, y algo más también: ser suscriptor de pago está considerado cool, sitúa al usuario en una posición de élite cultural, de consumidor fino, de connoisseur, otorga prestigio social", añade Cereijo, que participa como inversor en la iniciativa española C-Namon, una plataforma de streaming dedicada a la música electrónica.

En Spotify, a cambio de sus 9,99 euros mensuales, los usuarios premium se libran de esos anuncios asesinos, mejoran la calidad del sonido y obtienen un verdadero servicio a la carta, aunque el propio director de la compañía en España, Javier Gayoso, hace hincapié en otra ventaja: la posibilidad de sincronizar listas para disfrutarlas después sin conexión a internet. "El hecho de poder escuchar tu playlist favorita mientras viajas en avión, en AVE o en sitios donde no hay wifi o 3G se valora muy positivamente", indica a este periódico. La empresa sueca, sin llegar al desesperante hermetismo de otras firmas del sector, se niega a desglosar sus datos por países, de modo que Gayoso se limita a señalar que el porcentaje de suscripción en España "sigue una tendencia muy positiva". Pero los expertos están convencidos de que nuestro país sigue siendo un hueso duro de roer: "Unos mercados son menos propensos a pagar que otros -comenta Ángel Navas-. En España, las ratios de conversión a premium están muy por debajo de la media internacional, posiblemente cerca del 10-15% frente al 25% mundial. Eso también se debe a que en España se aplican tarifas equiparadas a mercados más fuertes: diez euros aquí no son lo mismo que diez euros en Reino Unido, Noruega o Suecia".

Quizá la prueba definitiva sobre el prometedor futuro del streaming sea el desembarco del gigante Apple, centrado hasta ahora en las descargas: a finales de junio empezó a funcionar Apple Music, cuyos usuarios están disfrutando todavía de los tres meses de prueba gratuita. Por su parte, el rapero Jay Z adquirió este año Tidal y ha relanzado el servicio con el propósito declarado de pagar una buena porción de royalties a los artistas, uno de los aspectos más controvertidos de Spotify. En ese debate, los músicos más críticos con la empresa sueca (por ejemplo, Thom Yorke, cantante de Radiohead, que se refirió a la plataforma como "el último pedo desesperado de un cadáver") suelen insistir en lo que obtienen por reproducción, una cantidad que puede rondar los 0,7 céntimos de euro, mientras que Spotify prefiere recalcar otros tres factores: que reparten el 70% de sus ingresos, que esa cantidad equivale ya a 3.000 millones de dólares a lo largo de sus nueve años de trayectoria y que, al fin y al cabo, cada uno de sus suscriptores se está dejando en música 120 euros al año. "La mayoría de los usuarios -apunta Javier Gayoso- han declarado que antes de utilizar nuestro servicio pagaban muy poco o nada por la música".

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