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Vicente Ferrer, la mirada de la dignidad. :: damián torres
Conversaciones con  el ángel de Anantapur
YO LO CONTÉ VICENTE FERRER

Conversaciones con el ángel de Anantapur

Entrevistar al misionero Vicente Ferrer en una monovolumen, durante diez minutos, se puede convertir en una vivencia impresionante

PPLL

Sábado, 4 de julio 2015, 23:36

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La historia se remonta a un 14 de mayo de 2001. LAS PROVINCIAS le había concedido el premio Valencianos para el Siglo XXI y, para mi fortuna, me habían encargado entrevistarle. Algo que parecía misión imposible, porque Vicente Ferrer (Barcelona, 1920), el padre de los intocables, el misionero que sembró de esperanza la vida de dos millones de personas en la India, tenía una agenda más propia de un ministro que de un misionero. Ministro de la Providencia, eso sí.

Me cité con él en Castellón. Tenía de tiempo lo que durara el trayecto entre la estación de trenes, a donde llegaba desde Barcelona, y la sala de conferencias en la que iba a explicar su proyecto en la India. «Por fin logra su entrevista», me soltó nada más verme. Vicente era diminuto, con una mirada sobrecogedora por tierna y diría que casi espiritual. Serían diez minutos de trayecto, quizá algo más gracias a un bendito atasco. Metido en una monovolumen, lancé mis preguntas luchando contra el reloj como quien suelta confeti en una fiesta. Fue directo, muy conciso, tremendamente certero. Escalofriante diría. Tanto que aquello que me dijo acabó perforando mi conciencia y tatuándose en mi interior de por vida. La entrevista más corta que nunca hice fue eterna. Tanto que recuerdo sus palabras como si me las hubiese susurrado un ángel. «Al que ha caído hay que levantarlo. Es tan sencillo, ¿verdad?», me dijo. «La pobreza y el sufrimiento no están solamente para ser atendidos, sino resueltos», sentenció. Sus manos repletas de historia, su pelo blanco que le daba un áurea de apóstol, su cuerpo diminuto, su aspecto humilde, su presencia en sí me estremeció.

Justo ocho años y un mes después de esa entrevista, este cooperante que pasó su niñez en Gandia, el hombre de la mirada profunda, el santo con americana de pana negra decidió alzar el vuelo. Ese día en el que los intocables lloraban su adiós, escribí un perfil que guardo entre mis tesoros. «Al ángel de Anantapur le han salido alas. Ahora, desde las alturas, observa cómo lloran los suyos mientras fluye el incienso en los alrededores de su casa de Bathalapalli y brotan a sus pies miles de flores del color del azafrán...»

No. Mi entrevista no fue lo más importante que he contado en LAS PROVINCIAS. Sólo fue la vivencia más extraordinaria. Sólo eso.

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