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El manúscrito conservado en el Archivo Histórico Municipal de Valencia fue editado el año pasado por María Milagros Cárcel Ortí y Juan Vicente García Marsilla. :: lp
1414, el año en que Valencia recibió a Ferran d'Antequera

1414, el año en que Valencia recibió a Ferran d'Antequera

El manuscrito recoge desde el pago a sabios que idearon modos de sorprender al rey hasta multas para los que no se mostraran alegres

ÓSCAR CALVÉ MASCARELL

Domingo, 19 de octubre 2014, 00:15

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Prácticamente han transcurrido seis siglos desde que el rey Fernando I de Aragón ingresó por primera vez en nuestra ciudad como nuevo monarca. El también conocido como Ferran d'Antequera fue el primer representante de la dinastía Trastámara en la Corona de Aragón, cuyo miembro más célebre fue su nieto Fernando el Católico. En los siglos XIV y XV era habitual que las ciudades más importantes presentaran su particular pleitesía al monarca cuando este las visitaba por primera vez tras su coronación. El antiguo órgano consultivo de gobierno municipal, el Consell, no escatimó en honrar a Fernando I, quien había sido elegido por nueve compromisarios en Caspe dos años antes (1412), levantando suspicacias sobre su legitimidad real.

Fue el 23 de diciembre de 1414 cuando los regidores valencianos vieron materializados sus esfuerzos para agasajar al nuevo soberano. Hoy sabemos que desde las Torres de Serranos el rey admiró un espectacular desfile al que finalmente se sumó para emprender un recorrido urbano engalanado. El cortejo real recorrió diversas calles y plazas del centro histórico, algunas de ellas hoy desaparecidas: Serranos, Caballeros, plazas del Mercado y Caixers (hoy inexistente, se ubicaba cerca de la actual calle homónima), San Martín, plaza de la Figuera (derruida, estaba en el inicio de la calle del Mar), Avellanas y Plaça de la Seu. Un acto litúrgico en la catedral y el juramento de los fueros precedían la etapa final del desfile, que llevaba a Fernando a sus aposentos en el palacio del Real, ubicado entonces en los actuales Jardines del Real.

Durante más de dos años, los enormes costos de los preparativos del evento fueron anotados en un libro por Jaume Celma, un 'Clavari' designado por el Consell. Ese manuscrito ha sido editado recientemente por María Milagros Cárcel y Juan Vicente García Marsilla, profesores titulares de la Universidad de Valencia, de los departamentos de Historia de la Antigüedad y de la Cultura Escrita y de Historia del Arte, respectivamente. Su trabajo permite descubrir al público fascinantes rasgos de la cultura medieval valenciana sin necesidad de ser expertos. En buena medida gracias al estudio introductorio de los autores.

El 'Llibre de l'entrada de Ferran d'Antequera' es un minucioso libro de cuentas con los gastos generados por esa entrada real. Pese a ser de carácter administrativo, es una fuente única para la reconstrucción de los hechos. Incluye el pago de todos los materiales empleados, el salario de los intelectuales que diseñaron los modos de sorprender al monarca, así como el de artistas, artesanos, compositores de música, instrumentistas, actores, sastres, cocineros...

Hasta reformas urbanísticas

Toda la ciudad se implicó en esos preparativos. Un despliegue de color y música tan espectacular como caro: calles y plazas representativas de la ciudad se colmaban de diversos ornatos elaborados por los artistas más insignes del período. Los mismos pintores que decoraban la ciudad eran los que pintaban los retablos que hoy admiramos en los museos, caso de Gonçal Peris Sarrià. Entre todos esos elementos decorativos destacaban unas carrozas que recibían el nombre genérico de 'entremés', similares a las actuales rocas del Corpus Christi. Quizá más grandes, pues su paso obligó a reformas urbanísticas. Con certeza más ricas, dado el empleo de grandes cantidades de pan de oro y plata sobre fondos multicolores dominados por el azul oscuro. Los 'entremeses' representaban escenas simbólicas con finalidad propagandística al homenajeado, el rey Fernando I de Aragón.

Por los elementos usados se sospecha que incluían dispositivos mecánicos para animar la acción desarrollada sobre cada plataforma. Este tipo de carrozas se habían empleado en ocasiones anteriores similares, pero la magnificencia en el caso valenciano dejó estupefacto al propio Benedicto XIII, también presente en nuestra ciudad. El célebre papa Luna afirmó: «Oh València!... bé pots dir, per cert, que est alt en lo sobiran grau de la pròspera honor de la roda mundana, segons has fet en tos entrameses, en la festa de la entrada del senyor rei». No extraña la presencia de Benedicto XIII en la ciudad. Él fue el director entre bambalinas de casi todo lo orquestado en el Compromiso de Caspe y Fernando de Antequera era su favorito.

El manuscrito detalla el ajetreo de todos los oficios de la ciudad, cuyo centro de operaciones se instaló en las antiguas atarazanas intramuros, sitas en los terrenos que hoy ocupa la Plaza Alfonso el Magnánimo.

Quien seguro no estuvo fue 'Mestre Vicent'. El futuro santo y patrón de los valencianos Vicente Ferrer había sido el encargado de proclamar en 1412 el resultado de la elección de Fernando I. Junto a su hermano Bonifacio fueron dos de los tres representantes que aportó Valencia para la elección del nuevo rey. Pese a su ausencia, su nombre resonaría con certeza en muchas de las bocas que se hallaban en el desfile. La última de las cinco carrozas era conocida como 'l'entremès de mestre Vicent'. En ella se figuraba una visión apocalíptica que el santo había proclamado en nuestra ciudad durante la Pascua de 1413 y que ya había narrado por carta al propio Benedicto XIII. Con certeza asistimos a una muestra de devoción popular extraordinaria hacia un religioso todavía vivo, que en esas fechas predicaba en Zaragoza. Quizá 'l'entremès de mestre Vicent' también escondía un interés propagandístico por parte del gobierno valenciano, promotor ideológico y económico de toda la celebración.

Pregón amenazante

En un mundo cuyas fronteras entre el poder político y espiritual eran difusas, era tradicional loar al rey con acciones que lo relacionaban con la divinidad. Así se explica que en otro de los dispositivos que circularon por nuestras calles se representara al propio Fernando I recibiendo de manos de un ángel uno de sus emblemas, entregado al querubín por una figura de la Virgen María vestida con un mantell de sendat blau (manto de seda azul).

Además de la pompa manifiesta, la entrada de Fernando I en Valencia es una herramienta indispensable para conocer el pulso político y espiritual del momento. Fueron cinco 'entremeses' los que hicieron las delicias del rey y de la ciudad. Incluso los detractores del nuevo monarca se vieron obligados a fingir su alegría. El 22 de abril de 1413 las autoridades valencianas publicaban un pregón amenazando con una exorbitante multa a aquellos que no formaran parte de las 'alegries' durante la entrada del monarca.

Los 'entremese's fueron los elementos más llamativos y costosos de todos los actos celebrados. Los 65.377 'sous' y 6 'diners' que se invirtieron en su elaboración supusieron más de la mitad de los gastos. El presupuesto incluía el pago a músicos, poetas y animadores variopintos, como los 'salvatges. Todos circulaban con jolgorio, entre la multitud que vitoreaba al monarca. Fernando I desfiló bajo un manto de flores que cubría el pavimento, contemplando los muros de los palacios y casas valencianas que competían en una exhibición de tejidos de lujo. El otro gran dispendio que realizó la ciudad fue en forma de vajillas de plata regaladas a Fernando I. A buen seguro estas no las disfrutaron los valencianos. El manuscrito ofrece además una lectura real de la cotidianeidad valenciana: trabajadores que llegaban tarde por escuchar el 'sermó de Mestre Vicent' o una indemnización al desafortunado trabajador 'que es va trencar lo cap y cobró un real per reverència a Déu'.

La lectura de los editores de la obra ofrece una naturaleza poco conocida de la Edad Media: la fiesta conmemorativa y la implicación de todas las capas sociales en su elaboración. Y todo en nuestra ciudad. Frente a la usual imagen de un medievo asolado por guerras, pestes y hambres, gris en definitiva, el manuscrito moldea una existencia bulliciosa, repleta de actividad comercial y color. Tan real como el libro que escribió Jaume Celma 600 años atrás.

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