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Vuelve a casa, vuelve

En el paredón de Paterna no parece que vayan a recordar a los fusilados por ideas de un color distinto al suyo

María José Pou

Valencia

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Lunes, 4 de diciembre 2017, 07:48

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Mi memoria histórica particular se nutre de olores y sabores. Uno de ellos era el preludio de la Navidad: el sabor de la primera mandarina o de la primera naranja del año. En cuanto probaba una de ellas, mi paladar y mi mente la asociaban con el turrón. En casa las naranjas no se compraban pronto porque haber tenido un campo nos había enseñado a apreciar el fruto madurado en el árbol, no en las cámaras. Así que el sabor de una clementina o el de una navelina a finales de noviembre era el anuncio de que las fiestas estaban ya cerca. Junto a eso empezaban a sonar en la televisión las músicas de los anuncios clásicos como el «vuelve a casa, vuelve» que repite impertérrito este año, y el de las muñecas que se dirigen al portal que se ha renovado sorprendentemente en su última versión con un mensaje interesante para los padres: juega ahora con ellos que enseguida se hacen mayores. En ese contexto, quien también vuelve es Pedro Sánchez. Vuelve por do solía. Vuelve el Pedro que conocíamos. El que demostró que su extremismo hacía innecesario a Pablo Iglesias y el que hoy en Paterna evidenciará que lo visto en los últimos meses ha sido un espejismo. No es el pactista que llegamos a vislumbrar con Cataluña. Ni un templado capaz de representar a todos los españoles, incluso a los que no lo votan. No es un hombre de Estado sino de partido. Es el mismo que vuelve a casa por Navidad y a la campaña, por diciembre. Pero no a la campaña catalana sino la otra, la de verdad, la que realmente importa. Lo de Cataluña sirve de trampolín y de anticipo de la que vendrá.

Y lo va a hacer desde Valencia, desde el paredón de Paterna donde se vivieron, sin duda, terribles acontecimientos que deben avergonzarnos a todos, pero también donde no parece que vayan a recordar a los fusilados por ideas de un color distinto al suyo. Son ideas diferentes pero igualmente peligrosas pues su único pecado es diferir del modo de pensar del poder. En ese caso, el poder de las armas que tenían los milicianos para perseguir a sacerdotes, jóvenes católicos o madres de familia de misa diaria. Recuerdo hace unos años al responsable de una organización religiosa con algún mártir enterrado en Paterna, preocupado por haber pedido sus restos con motivo de la beatificación. Reivindicar su memoria era un ejercicio de osadía, incluso antes de aprobarse la Ley de la Memoria Histórica. Algunos pueden mostrar su repulsa por los asesinatos de los suyos pero otros, como ocurría hace setenta años, no. Sánchez ha visto un filón en ese asunto como en su día Pérez Rubalcaba lo vio en el anticlericalismo. Buena parte de la legislatura tenía el tema metido en la nevera pero en cuanto llegaban las vísperas electorales, sacaba el Concordato a pasear. Pedro Sánchez va a hacer lo mismo. Eso es lo preocupante. Defender la dignidad y memoria de las víctimas es una exigencia, pero usarlas para llegar al poder es algo muy distinto.

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