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La vostra terra

Arsénico por diversión ·

Es la misma deriva del nacionalismo extremista vasco que defendía ETA

María José Pou

Valencia

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Viernes, 22 de septiembre 2017, 09:42

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Puigdemont y los suyos han creado un monstruo difícil de dominar. Son los 'replicantes' de Blade Runner que han tomado el mando y ya no responden a la autoridad del creador. Me refiero a todos esos descerebrados que eran útiles para que el Govern se sostuviera en el poder y ahora utilizan la violencia, el insulto y la agresión verbal para reivindicar su causa y la defensa de su patria en peligro. Todo ello en nombre, curiosamente, de las libertades civiles. Son quienes escribieron ayer en el comercio de los padres de Albert Rivera «no és la vostra terra» en un tono no solo antiguo e impropio de un mundo global sino ególatra y soberbio. Creen tener la patente para dar permiso de residencia a unos y a otros. Van de progresistas pero no se diferencian mucho de la extrema derecha europea que niega la entrada a los vecinos. Con la agravante de que, en este caso, se lo están diciendo a nacidos en esa tierra. ¡Con razón hay inmigrantes que se lanzan como nadie a portar la estelada! Según estos fascistas de nuevo cuño, catalán no es el nacido en Cataluña sino el renacido en 'el procés'. Es la entrega a la causa la que otorga la nacionalidad, no el nacimiento, arraigo, conocimiento o vivencia enriquecida durante años.

A cualquier fascista le cuesta aceptar que la verdad es ligeramente distinta. Y que dicha con sus palabras suena así: «no es només la vostra terra». Es la misma deriva del nacionalismo extremista vasco que defendía ETA: Euskadi, para la banda y sus secuaces, no era tierra de españoles ni de quien no demostrara la pureza de sangre euskalduna por varias generaciones. Esos eran invasores, como quienes discrepan del 'procés' independentista. La clave de la regresión ideológica es la exclusión. En un mundo sin fronteras ni apenas cortapisas para moverse, para viajar o para instalarse en cualquier lugar, reclamar la cerrazón de la aldea resulta anacrónico, improductivo y miope. Pero, además, determinar que el criterio para la expulsión es la diferencia ideológica es insostenible en cualquier instancia internacional. Rechazar como vecino a quien no comparte el mismo proyecto de país supone acabar de un plumazo con la libertad y el pluralismo. Para los fascistas de izquierda, el pluralismo es vestir de rojo en distintos tonos, no vestir de verde o de marrón e incluso de azul. Lo preocupante no es solo la agresión sino la forma de contemplar el patriotismo por parte de quien excluye. Así, patriota no es quien busca lo mejor para la patria y sus miembros sino quien comparte la verdad absoluta proclamada por unos cuantos sin rechistar. Es un despotismo ilustrado de nuevo cuño, nada extraño si situamos el inicio del mundo en el siglo XVIII (1714). Como en él, los padres de la patria saben lo que necesitamos mejor que nosotros mismos y negarlo es antipatriótico: «todo para el pueblo pero sin la parte del pueblo que discrepa». Bienvenidos al mundo de Kim-De-Mont.

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