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Volver a las calles

AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA

Domingo, 19 de noviembre 2017, 17:37

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Aunque la manifestación que ayer recorrió las calles de Valencia estaba convocada por los partidos del Botánico, los sindicatos de izquierda y algunos representantes de la sociedad civil, se unieron a ella los líderes de Ciudadanos. Su finalidad era mostrar el descontento de los valencianos frente al actual modelo de financiación autonómica. Aunque Rajoy se comprometió a cambiar el modelo aún no lo ha hecho y no tenemos claro cómo quedarán las cuentas en los presupuestos del 2018.

Es difícil valorar los resultados de la manifestación, pero es fácil percibir el juego político. Desde luego, el cambio de situación no será el resultado de esta presión política porque las mejoras en la justicia distributiva de las democracias avanzadas no se han conseguido en las calles sino en la negociación institucional. La aplicación del injusto modelo que puso en marcha el PSOE de Zapatero tiene que ser corregida con un modelo nuevo que será fruto de la negociación entre políticos y expertos de todos los partidos, incluso del PP.

Algunas fuerzas políticas como Ciudadanos y algunas organizaciones de la sociedad civil han caído en la trampa populista. Es un juego con el que Podemos, Compromis y el PSPV intentan arrinconar al PP. Las negociaciones en las Cortes y muchos ayuntamientos no tienen como finalidad buscar el bien común, trabajar por la justicia o promover iniciativas de consenso. El populismo no es una política que debemos asignar determinados partidos como Podemos, Compromis o la CUP, sino una filosofía política de la que se puede apropiar cualquiera. Recordemos que uno de los lemas del republicanismo pancatalanista populista es muy sencillo: «las calles siempre serán nuestras».

En la recta final de la legislatura, la consigna populista manda volver a las calles. Mientras se negoció el Pacto del Botánico o el reparto de concejalías en el Ayuntamiento, la consigna era despolitizar nuestros discursos, disolver pasiones y difuminar nuestras fronteras ideológicas para administrar el poder conseguido. Ahora que peligra la hegemonía institucional se debe volver a la hegemonía callejera. Estamos ante la estrategia del manual populista que manda unificar las demandas en nuevos significantes vacíos. Lo que para Hardt o Negri eran las multitudes, para Laclau y los populistas es la categoría flotante de 'pueblo'.

En su instrumentalización de la democracia liberal, el populismo necesita volver emocionalmente a las calles para que los ciudadanos perciban que zoológica y gregariamente siguen vivos. Mientras que en la mejor tradición humanista la calle tenía un significado vecinal y cívico, en la reaccionaria tradición populista y posliberal la calle es el mejor ejemplo del significante vacío. En la calle, el líder populista se siente pastor de nuevos rebaños. Falta saber si los ciudadanos se sienten corderos o borregos.

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