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Hay símbolos muy potentes, que por sí solos ya lo dicen prácticamente todo y apenas necesitan explicación de lo que significan. El nuevo estadio del Valencia, por ejemplo, es un icono de la crisis, del fin de una época. El enorme esqueleto varado en mitad de la avenida de Les Corts representa la desmesura de una etapa de crecimiento económico en la que todo parecía posible, incluso que el club de Mestalla construyera un coliseo casi tan grande como el Bernabéu aunque la asistencia media de espectadores en esta temporada, en la que el equipo está en puestos Champions, no alcanza ni los 40.000 espectadores. Tal vez algún día se termine pero de momento es un buen recordatorio de la necesidad de cautela, prudencia y más reflexión tanto en el ámbito público como en el privado, unas virtudes que durante años quedaron aparcadas. El desenfreno y la falta de previsión encuentran en el nuevo (cada vez más viejo) Mestalla su imagen más potente.

Por contra, hay otros símbolos que necesitan una explicación. La verja de Viveros es un caso evidente. Hay un pequeño tramo, junto a la entrada por General Elio, que ya lleva más de un año destrozado por culpa del típico accidente de tráfico (el coche que por circular a más velocidad de la debida se sale en la curva de Blasco Ibáñez y choca contra la valla), y que ahí sigue, con las típicas redes verdes provisionales, a la espera de su reparación. En este caso es un icono de la ineficacia municipal, de la falta de pericia para tramitar los asuntos públicos, incluso las cuestiones menores, las de poco calado, que no requieren ni de una gran inversión ni de una tramitación administrativa compleja ni de negociaciones políticas a varias bandas. Pero es ese punto, en ese pequeño tramo de verja de Viveros, donde quedan al descubierto las vergüenzas de un tripartito que tan dedicado está a la ideología -sea en el tráfico, en Expojove o en la Navidad- que apenas dedica tiempo a la gestión. Y eso se ve en las calles, en la suciedad de las aceras, en el cuidado de los jardines (en la falta del mismo habría que decir), en los alcorques, en el desastre en que han convertido la EMT, en la inacción de la Policía Local frente a pedigüeños y manteros para no ser acusados de no se sabe qué, en los detalles de una ciudad que merece más atención en lo pequeño, en el día a día, en lugar de tantos discursos grandilocuentes y de nuevos libros, exposiciones y revivals nostálgicos sobre la II república. Si a unos (el PP) se los llevó el vendaval de la crisis y el final de la política de grandes eventos, a otros (el tripartito) les puede la gestión, les supera. Y sin embargo, lo primero que pide un ciudadano a su ayuntamiento es aceras limpias, seguridad en las calles, autobuses puntuales. Esas pequeñas cosas.

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