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VALENCIA, CIUDAD REFUGIO

ARSÉNICO POR DIVERSIÓN ·

Europa debería liderar el Pacto Mundial sobre Migración pendiente de aprobación en este año

María José Pou

Lunes, 18 de junio 2018, 15:56

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Siempre que vuelvo a Valencia en avión, procuro elegir ventanilla. Cuando se entra desde el mar y no está nublado se puede ver desde el aire la Albufera, el puerto, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el jardín del Turia o el Bioparc. Y, además, mi barrio y, si afino mucho, mi calle. Es un momento hipnotizador que genera esa calidez interior de saberse en casa, en un espacio conocido, en la terreta. Se siente el abrigo de la familia, de los que nos quieren, de nuestro mundo. Es el reencuentro con lo que somos.

Por eso, resulta tan emotivo que los rescatados que ayer llegaron a Valencia en la flotilla del Aquarius, sonrieran al ver la ciudad. Es una sonrisa muy distinta a la que tenemos los nacidos aquí. Ellos saben que les espera la incertidumbre sobre el futuro, una lengua extraña, un entorno desconocido y un mundo alejado de su realidad y de sus costumbres. Quizás, incluso, un retorno al punto de partida. Todo lo contrario a nuestra seguridad y a nuestra conciencia de regreso.

Sin embargo, ambas sonrisas tienen algo en común a pesar de la diferencia: la sensación de estar a salvo. Para cualquiera de los que vivimos en Valencia, ver dibujarse la estación del Norte o la Plaza de toros entre las alas del avión es dar por terminado el viaje y sus peligros, dudas o incomodidades. Estamos en casa, nuestro refugio. Para ellos, que han dejado atrás la suya, es un lugar donde poder reconstruirla sin el miedo a la violencia, al hambre o la pobreza insuperable. Valencia, en su vocabulario, significa desde ahora «ciudad refugio». Como lo hace para el resto del mundo que ayer tenía los ojos puestos aquí.

Ese hecho, esa excepcionalidad, puede favorecer una vanidad local que no tiene justificación. Es cierto que Valencia y, con ella, España ha brindado una ayuda negada por otros vecinos a un grupo de personas en grave riesgo, pero las cifras muestran una desproporción que no podemos olvidar. Italia recibió en 2017 casi 120.000 personas frente a las 22.000 de España y 35.000 de Grecia, según el Balance Migratorio 2017 Frontera Sur. Es cierto que su rechazo a lo que era pura humanidad ha causado estupor y vergüenza pero no puede quedarse todo en celebrar nuestra caridad y despreciar a quien no la quiere seguir practicando. Europa debería liderar el Pacto Mundial sobre Migración pendiente de aprobación en este año. No parecen casualidades los acontecimientos, posturas y declaraciones de estos días mientras está previsto que en 2018 se firme el acuerdo mundial auspiciado por la ONU para «facilitar las migraciones ordenas, seguras, regulares y responsables». Ese es el foco hacia el que debemos dirigirnos, una vez limpiemos las lágrimas por el drama del Aquarius. Saber ahora sus historias solo tiene justificación como toma de conciencia, no como un modo de recrearnos en lo emotivo y evitar el debate de fondo para una respuesta coordinada y eficaz a un problema global.

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