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Muñiz tiene como entrenador el mismo perfil que lucía como central en el Sporting o en el Rayo Vallecano. Un hombre de club. Sobrio, leal y alejado de las complicaciones. La sencillez y la naturalidad no hay que confundirla nunca con la simpleza. Los centrales saben que su línea es el último paso para llegar al portero, por lo que casi siempre la contundencia es ingrediente necesario en aquellos que equilibran la retaguardia de un equipo. Los balones se pueden despejar de mil formas. Unas más vistosas que otras pero todas persiguen el fin de alejar el peligro. Muñiz es y será un entrenador jornalero, igual que fue como jugador. Un técnico que sabe lo que le ha costado el reconocimiento y que quiere seguir viviendo de esto desde la discreción. Pero la prudencia no es sinónimo de obediencia artificial cuando uno ve que el ritmo del camino marcha a pie cambiado. Y el miércoles, con la normalidad y confianza que da el trabajo bien hecho, el técnico desveló que ya ha dejado de preguntar sobre el tipo y el tiempo de los refuerzos. Y que si no viene nadie, pues tratará que el barco flote con la tripulación que tiene. El presidente del Levante, Quico Catalán, asegura que la decisión de quién llega o se va es de la dirección deportiva y que el técnico quizá tenga voz pero nunca voto. Y por eso los ojos están puestos en Tito y su equipo. Tito es el máximo responsable de haber hecho un equipo perfecto para ascender. De la misma manera que es el culpable de haber elaborado una de las plantillas más vulnerables de Primera. Ha construido un Levante sin gol e inconsistente en su armazón. Tan sólo las individualidades de los de siempre, léase el caso de Morales, han evitado sufrimientos mayores. Además, siempre es un plus que equipos como Las Palmas hayan comprado la tómbola entera para el descenso y el Málaga cave su tumba partido tras partido. Es incomprensible fichar a un portero australiano para ser tercero y venderlo a un club japonés. La operación económica habrá sido buena pero deportivamente arroja una pizquita de vergüenza ajena. Lo mismo pasa con futbolistas como Lukic y Cabaco, llegados para casi nada. Tras media Liga inéditos ahora están en el once no se sabe si por méritos, decreto o desesperación. El Levante dice que tiene dinero y el gol se paga, como apuntó Muñiz para desenmascarar operaciones improductivas como las de un Boateng sobrevalorado y por hacer más Nano y Alegría que pueden funcionar en Segunda pero a los que le queda holgada la Primera. Ahora se habla de Kone, con 34 años, machacado por las lesiones y goleando en un equipo del potencial del Sivasspor, que sólo lleva tres años en la máxima división turca. A veces, sin los deberes hechos a lo máximo que se aspira es a la precipitación.

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