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Como si hubiese descubierto la pólvora, mientras compartíamos un pincho de tortilla, un amigo murmuró: «Mira, yo, por salud mental, necesito un sueldo fijo a fin de mes». Y si ese sueldo adquiere contorno de jugoso sueldazo, la higiene mental aumenta, añado yo. Y si encima la soldada repta puntual, pastueña y segura hacia nuestro bolsillo desde las entrañas de la administración pública, miel sobre hojuelas, advertirán ustedes. Si gozamos de un sueldo fijo, no importa su importe, siempre se nos antojará escaso porque nosotros merecemos más. El sueldo del otro nos obsesiona porque si lo comparamos con el nuestro y salimos perdiendo, esto se nos antoja de una indecencia atroz y la envidia nos reconcome entre parsimoniosa y furiosa, según la temporada. En otoño he detectado que la envidia proyecta colosal furia. De nuestro último president Alberto Fabra, es curioso, nos hemos olvidado en un pispás. Qué poca huella dejó. La sensación general indicaba que el cargo le venía grande y que, de alcalde de Castellón, gozaba en mayor medida. Pero reconocemos que bajo su mandato los sueldos de la administración menguaron y que se fundió Canal Nou, la Fórmula 1 y otros movidones. Cierto es que la situación imponía tales recortes, sin embargo en otras comunidades no aplicaron la misma cirugía siendo su deuda incluso mayor que la nuestra. Cataluña siguió con sus teles públicas y no renunciaron a la carrera de bólidos. Aquí se pretendió ahorrar y acaso pecamos de un poco tontos. Ahora Oltra apuesta por una subida de sueldos para ciertos altos cargos amparándose en excusas de mal pagador. Cuando bullía enfundada en sus estrepitosas camisetas allá en la oposición esto le parecía un «agravio». Nuestra percepción acerca del sueldo muta según nuestra conveniencia. Esto, sin duda, es un ejemplo de salud mental.

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