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SOPLAR Y HACER BURBUJAS

ÁLVARO MOHORTE

Domingo, 22 de octubre 2017, 20:53

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Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde». El poeta barcelonés Jaime Gil de Biedma ya lo advirtió hace cuarenta años y desde entonces la realidad no ha hecho más que confirmarlo. «Como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante. / Dejar huella quería / y marcharme entre aplausos. / Envejecer, morir, eran tan sólo / las dimensiones del teatro.

«Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra», concluía con razón en su poema más conocido. Esa sensación de derrota se hace más clara aún cuando se buscan estos versos en Google y uno se encuentra como entre las referencias mejor situadas está un libro, sí... pero de Jorge Javier Vázquez, presentador de 'Sálvame', que se titula igual.

Las expectativas son positivas, lo mismo que la ambición, con tal de que no se termine con la vista en las nubes y los pies avanzando a grandes zancadas hacia el acantilado. Vamos, lo que nos ha pasado tantas veces en el panorama económico.

No hay que ser muy mayor para poder enumerar de memoria unas cuantas burbujas que hemos vivido (y padecido). Aunque se suele hablar del tipo de jabón, se olvida qué es lo que las hincha. Estuvo la burbuja de las 'punto com', que reventó en la primera década del siglo, la bancaria y la inmobiliaria que estalló en la siguiente, cuando el fuelle en ambos casos estaba cargado de lo mismo: avaricia.

Ahora tenemos delante una nueva pompa con un nivel de tensión en la superficie que no anuncia nada bueno. Su nombre es 'el procés' y buena parte de su contenido es la vanidad. Durante décadas y décadas se ha alimentado una autocomplacencia, regadita de sentimiento de superioridad ante los charnegos que ha ido pasando de la condescendencia al desprecio, según el carácter de cada cual.

Esta peculiar forma de ver el mundo por encima del hombro ha hecho que muchos catalanes nacionalistas crean que dejar España no es dejar Europa y, es más, defienden sobre el mantel de un restaurante que la economía continental les necesita y que desde las cancillerías del mundo se mira a Barcelona como las hadas que asisten al alumbramiento de una bella princesa de cuento.

La huida de empresas, la bajada de calificaciones por parte de las agencia internacionales y otros sucesos que están rodeando el fenómeno no son más que el principio de un reventón que, no se nos olvide, tendrá efectos desastrosos para todos los implicados. De hecho, confiar en que alguien, al abrigo de la estelada, se de cuenta de que la vida iba en serio, quizás sea confiar demasiado en la racionalidad. Sobre todo teniendo la posibilidad de buscar otros culpables y seguir inflado una nueva burbuja a base de resentimiento y odio.

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