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No es sobre Berlusconi

JUAN GÓMEZ-JURADO

Sábado, 3 de marzo 2018, 08:27

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En su libro de 2001 'Engañados por el azar', el experto en teoría de la decisión Nassim Nicholas Taleb nos explica cuáles son los ciénagas en las que cae cualquiera que queda expuesto a una buena historia. La más importante de ellas es la falacia de la narrativa, que señala nuestra limitada capacidad para observar secuencias de hechos sin tejer instantáneamente una explicación o forzar una cadena lógica o una relación entre ellos. Las explicaciones unen hechos de forma aprehensible. Desmenuzan procesos complejos en hitos más fácilmente recordables, les revisten de sentido.

Esta hilazón es tanto más peligrosa cuanto más aumenta nuestra impresión de entendimiento. Imaginen a un pastor sumerio, en la temprana Edad del Bronce, tumbado panza arriba en una noche de verano. El rebaño duerme, pero él no puede conciliar el sueño, así que mira a las estrellas. A fuerza de rastrear en el cielo una explicación existencial -o quizás por mero aburrimiento- el pastor comienza a trazar figuras con el índice entre esos puntos fríos, luminosos y brillantes, y les asigna nombres. A un grupo de ellas, especialmente luminoso, lo denomina Las Andas, porque su forma le recuerda a unas parihuelas. Y al día siguiente, cuando le cuenta a un pastor más joven lo que ha descubierto, el más veterano añade una explicación a por qué se dibujan unas andas en el firmamento. El segundo pastor pasará a su vez muchas noches mirando al cielo y no viendo una masa uniforme de estrellas, sino esas andas, porque ya no puede no verlas. Y la historia se extenderá, crecerá y mutará según pase de boca en boca, hasta convertirse, muchos siglos después, en una Osa Mayor, una Calisto transmutada en plantígrado por Artemisa como castigo por haberse dejado seducir por Zeus.

Cuando una historia es suficientemente buena, pervive, tanto más fuerte cuanto más falsa sea, tanto más pegajosa cuando más sencilla: ese es el inmenso, perverso poder de la falacia de la narrativa. Nuestro cerebro concurre en ella decenas de veces al día, porque la mente tiene unos mecanismos inmutables. No podemos pedirle que deje de creer en una buena historia. No podemos pedirle eso a nuestro cerebro, ni siquiera presentándole la verdad opuesta, por más pruebas que la acompañen, si la historia original es más atractiva, más morbosa, más sencilla. Y si hay algo que caracteriza a la verdad es que muy pocas veces es atractiva, morbosa o sencilla.

Por eso podemos reírnos de Berlusconi como nos reímos de Trump en su día, pero ellos saben de memoria lo que acaba usted de leer en los tres párrafos anteriores. Así que en realidad esto que acabo de contarles no es sobre un viejo manipulador ni sobre un magnate mentiroso (difícil distinguirlos, ¿verdad?) sino sobre usted y yo... y todos los que no se han parado a pensar sobre esto ni, quizás, sobre nada.

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