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El 'sex-appeal' del independentismo

ANTONIO PAPELL

Domingo, 22 de abril 2018, 09:15

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Días pasados, la periodista Mariam M. Bascuñán recordaba el encanto de Tony Blair, quien irrumpió en política con la tesis de que el poder blando consiste en imponer tu relato de país en el exterior. Aquel 'premier' insólito ideó el lema 'Cool Brittania', desarrolló una tendencia de moda (su Britpop) y desplego su atractivo mediante su estilo seductor, incluso en lo ideológico: su 'tercera vía' fue un hallazgo. Aquella evocación se relacionaba con la polémica por conseguir el relato dominante en el conflicto catalán. Decía Bascuñán que «el independentismo entiende lúcidamente el 'sex-appeal' del 'agitprop'», en tanto «nuestro gobierno de registradores y abogados del Estado restringe la política al puro cálculo jurídico».

Este diagnóstico es el drama, en efecto. Nuestro Gobierno confía en que su causa es tan clara que nadie le disputará en Europa el apoyo masivo de la opinión pública, democrática e inteligente. Un Estado como el español, que es un estado de derecho impecable, ha sido literalmente agredido por una facción secesionista que pretendía desgajar un territorio a las bravas. La secuencia criminógena es tan clara que la solidaridad vehemente de los 27 socios debía darse por descontada.

Lo cierto es, sin embargo, que el soberanismo que dirige hábilmente Puigdemont ha conseguido muchas simpatías, y no sólo entre sus conmilitones europeos. David es más simpático que Goliat, y el perseguido inspira más adhesión que el persecutor. Rajoy, incomprensiblemente, ya ha explicado que no está dispuesto a recordar lo obvio a sus socios europeos, y mucho menos a Alemania, país cuya ministra de Justicia (la socialdemócrata Katarina Barley) efectuó unas obscenas declaraciones de apoyo a Puigdemont y de desconfianza hacia la democracia española. Nuestra inane embajadora en Alemania ha hecho algunas declaraciones. a medios españoles y ha escrito una tibia carta a un periódico alemán. En tanto nuestro poco expresivo ministro Dastis, a toro pasado, ha dado en Alicante algunas explicaciones discretas a los embajadores de los 27. Sólo muy tardíamente, la CDU ha decidido tomar cartas en el asunto, llamando al orden Barley y convocando a los conservadores europeos a adoptar políticas comunes favorables a los intereses españoles.

De cualquier modo, ni siquiera los constitucionalistas españoles han sido capaces de mantener un discurso explícito unitario. Los soberanistas, que son muy hábiles y que tienen a su disposición avezados gabinetes de comunicación, les han ganado abiertamente la partida, de forma que los estados europeos tendrán que bregar con sus propias opiniones públicas para establecer la debida solidaridad con España. La guinda del despropósito interno ha sido el negacionismo de Montoro con respecto a la malversación. Se podrían haber hecho aquí las cosas peor, pero hubieran sido necesarias intensas campañas de entrenamiento.

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