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La ironía del injustamente olvidado Luís Carandell y su celebrado Celtiberia Show nos gratificaría con estupendos momentazos acerca de esta súbita milonga que arrastra a ciertas personas a caminar sobre las brasas. Se trata de superar los miedos. Si te deslizas sobre las brasas, práctica por otra parte muy antigua en un pueblo de Soria cuando sus fiestas, y sin segregar aires vanguardistas, se supone que puedes enfrentarte a lo que sea y que en tu interior se esconde la voluntad de un guerrero templario capaz de abrirse paso en este tenebroso mundo a base de mordiscos si fuese menester. Por respeto al lector no insistiremos en la profunda estulticia que se agazapa bajo estas demostraciones promovidas por los listos de turno que llegaron aparatosos desde los USA para esquilmar los bolsillos de gentes crédulas. Sí interesa, en cambio, vindicar el miedo, o unas gotas de sano miedito, para encarar la existencia con un mínimo de reflexión y sin alardes temerarios que sólo conducen al abismo. ¿Y qué hay de malo con el miedo? Cada cual gestiona sus miedos como sabe o puede y forman parte tanto de nuestro entorno como de nuestra personalidad. A mí una masa histérica, cerril, energuménica y manipulada no es que me dé miedo, es que me genera un pavor insuperable. Ya intentaré protegerme y atrincherarme en cualquier agujero hasta que se disipen esas hordas de bronca y estrépito. El miedo nos torna prudentes, resistentes, incluso astutos. Actuar como un cagón integral no conduce a nada bueno, desde luego, pero conviene mantener los miedos habituales bien afilados por lo que pueda pasar. Fue una especie de miedo sutil y colectivo lo que sacudió bastantes conciencias para así impedir a la mocedad de Podemos tomar el poder, no lo olvidemos. El miedo, en fin, también ofrece sus ventajas y evita catástrofes.

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