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¿De dónde sacan a todos estos?

El espectáculo de una clase política rehén de sus intereses particulares y sin sentido de Estado es deprimente

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 3 de junio 2018, 09:32

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Sostengo desde hace tiempo la tesis de que la crisis política e institucional que vive España -y que tampoco es muy diferente de la de otros países de nuestro entorno, como Francia o Italia- no es un asunto de exclusiva responsabilidad de sus políticos, aunque resulte más sencillo echarles a ellos las culpas y tranquilizar así nuestras conciencias pensando en lo buen vasallo que seríamos si tuviésemos buen señor. Pero la asunción de culpas de una sociedad adormecida, caprichosa y aburrida de sí misma tampoco nos puede llevar a perdonar los errores y la clamorosa falta de altura y sentido de Estado de una clase política que desde la Transición ha ido perdiendo lustre hasta convertirse en una especie de club decadente y mal avenido compuesto de personajes mediocres y resentidos que han hecho de su temporal ocupación no un servicio público sino un medio de vida. Porque además, es imposible no acabar pensando que muchos de ellos son seres extraños, peculiares por decirlo suavemente, con una ética hecha a su medida, hasta el punto de llegar a preguntarme de dónde los sacan, si es que los partidos y las instituciones hacen un casting en el que piden como condición necesaria para presentarse algún tipo de rareza, una anomalía de carácter o de comportamientos sin la cual no pueden pasar la selección previa. ¿O acaso es normal que el ya expresidente del Gobierno se pasase ocho horas metido en un restaurante durante la moción de censura que se debatía en esos momentos contra él en lugar de estar en su escaño del Congreso de los Diputados? ¿Es ese un comportamiento razonable, la actitud que cabe esperar de un estadista, del hombre que dirige (dirigía) los destinos del Estado y de la economía nacional, que nos representaba en el exterior, que se enfrentaba al desafío secesionista catalán, que gestionaba la Administración pública? ¿Cómo calificar la actuación del nuevo presidente que con tal de acceder al cargo y desalojar a su antecesor es capaz de aceptar los votos, el respaldo y el abrazo del oso de los mismos partidos que abiertamente han desafiado al Estado de derecho, la Constitución, los tribunales y hasta las Fuerzas de Seguridad? ¿Y qué decir del líder populista que un día levanta el puño en el Congreso como el comunista que es y siempre ha sido mientras a continuación, al llegar a casa, se dedica a elegir los muebles para su lujosa residencia en una urbanización de la sierra madrileña? Por no hablar de la banda de aduladores del líder supremo que desde sus bien remunerados escaños gritaban a coro como si de un partido de fútbol se tratara «¡sí-se-puede, sí- se-puede!», con el entusiasmo infantil del que sabe que con todas las trampas del mundo está consiguiendo lo que tanto ansiaba. En serio, ¿conocen ustedes a muchos que respondan a estos cánones, que su norma de vida sea como la suya? ¿De dónde sacan a nuestros políticos, cómo y quién los selecciona?

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