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¿Sabéis a qué hora es la próxima revolución?

Una pica en Flandes ·

La edad digital destruirá numerosas profesiones y romperá la cadena de solidaridad pública

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 25 de junio 2018, 10:09

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En la Avenida de Suecia de Valencia, un coche tiró adrede a Daniel de su bicicleta, de un golpe seco y no se detuvo. Total, un recadero más. La caída le dejó un esguince cervical y secuelas en cadera, rodilla y tobillo. La voluminosa caja cuadrada que transportaba anclada a su espalda, como si fuera un petate de carbonero o una piedra de la pirámide de Keops, ni se desprendió ni se abrió, está bien diseñada para no sufrir daños si la mula se va al suelo. Luego, perdió su empleo de esclavo en una empresa online de reparto de comida a domicilio. En semejante estado, lógicamente, ya no puede jugarse la vida, corriendo por las venas de la ciudad, para que una pizza, una ración de paella o un combinado de sushi lleguen pronto al cliente. Ya no es útil. Estos chavales de la bici y la mochila cúbica pedalean como locos por menos de 400 euros netos al mes.

La empresa los llama 'riders', como si volaran sobre un monopatín a reacción o impulsados por zapatillas antigravedad, sin embargo, no son más que los repartidores o recaderos de siempre, pero explotados a plena luz por un amo sin rostro. De hecho, aunque parezcan modernos, son los últimos representantes de una vieja forma de ganarse el pan, prestigiada por carteros o chicos de la cesta del ultramarinos, y pronto los sustituirán drones de distribución. Tienen contratos de falsos autónomos, en claro fraude de ley. Carecen de cualquier protección sanitaria, aunque la empresa, eso sí, organiza los turnos laborales, da instrucciones para cumplir tareas, se reserva el derecho a sancionar, incluso a despedir sin causa, establece unilateralmente el salario, exige un determinado vestuario, cumplimenta todas las facturas y aporta la infraestructura indispensable (la aplicación informática de los pedidos). Y, por si fuera poco, los muchachos han de comprar su bici, su alforja cuadrangular que los convierte en caracoles, su chubasquero y un teléfono 4G, con doble batería y encendido las 24 horas.

Antes fueron los periódicos sin periodistas o las gasolineras sin encargado. Ahora, el negocio-chollo consiste en restaurantes sin comedor. Muy rentable, dicen. Coño, ¿no iba a serlo? Prescinden de alquileres y camareros, a los repartidores les pagan por entrega, no por hora trabajada, y, encima, tributan en un paraíso fiscal, aquí no. Así cualquiera, como cuando los niños bajaban al pozo de la mina.

Lo peor es que esta nueva esclavitud crece ante nuestras narices y no nos damos cuenta. La edad digital destruirá numerosas profesiones y romperá la cadena de solidaridad pública. Si no empezamos a negociar ya un nuevo contrato social, no evitaremos un futuro tan injusto como inestable. Veo a Daniel en su bici, bajo el sol o la lluvia, arriesgando el cuello por una miseria y me pregunto: ¿cuánto falta para la próxima revolución? ¿A qué hora es?, no me la vaya a perder.

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