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Supongo que a veces no hay más remedio, pero salir por la puerta de atrás supone reconocer la derrota frente a los histéricos sectarios que prefieren el garrote y el insulto a lo legítimo. Por la puerta de atrás escapan los ladrones, los corruptos, los cobardes, los que ocultan algo, los que deciden huir para no encararse a la horda bárbara o al fusilamiento de los flashes de los reporteros gráficos. Esa puerta de atrás es el callejón de la infamia y se necesitan agallas y dignidad para eludir el bochorno trasero cuando vienen mal dadas.

Pero palabras como «dignidad», «honor» o «lealtad» representan hoy, para demasiados ojos de mirada sesgada, valores caducos, jirones de otros tiempos, hebras rancias alejadas de las lucrativas trapisondas urgentes que pespuntean nuestros días. Durante la jornada de la investidura interruptus que finiquitó las aspiraciones presidenciales de Puigdemont, el ambiente se tornó bronco, hostil y tóxico. Los orcos abonados al independentismo más radical tomaron el exterior. Sed de sangre, ansias de violencia. Estalló el follón y le propusieron a Inés Arrimadas largarse por la puerta de atrás. Como de costumbre, se premia al energúmeno y se recomienda al honrado inclinar la testuz ante el atropello cafre. Pero Inés se negó junto a otros diputados. Mantuvieron la dignidad y este detalle no se ha comentado demasiado en los medios aunque se me antoja de vital importancia. Salieron escoltados bajo el chaparrón de amenazas e insultos, pero utilizaron la puerta principal. Imaginen que esto le sucede a Pablo Iglesias o a cualquiera de los suyos. Algunas cadenas de televisión habrían organizado programas especiales y los afectados se habrían apuntado al fulgor del martirologio. Hablaríamos, también, de intolerable ataque a la democracia y a la gente que les votó. En fin...

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