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VILLAR PALASÍ

VILLAR PALASÍ

Crear la Politécnica merece un homenaje. ¿No será que la Transición tuvo personajes visibles ya en los sesenta?

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Domingo, 31 de diciembre 2017, 12:03

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Que no se me vaya a olvidar, antes de que acabe el año, dar recuerdos a esa inteligencia superior que, velando por nuestro equilibrio político y sentimental, ha propuesto retirar de una serie de colegios e institutos el nombre de José Luis Villar Palasí. Le deseo lo mejor para el año entrante; le deseo paz, libros y lecturas. Y le deseo también que sin esforzarse mucho, consulte bien quién pudo ser esa persona, qué pudo hacer en vida y por qué él, precisamente él, fue galardonado con ese premio, de pequeño coste pero grande en su proyección, de bautizar con su nombre siete centros escolares valencianos.

La consulta sería provechosa para nuestro genio. Aprendería enseguida que, más allá de las cartas que ha publicado la propia familia del ex ministro, más de 200 catedráticos y juristas, entre ellos varios de notoria militancia socialista, han hecho público un manifiesto para intentar evitar que la memoria de este ilustre valenciano se borre de nuestras aulas. Desde Pascual Sala a Fernando Ledesma, rectores, catedráticos y magistrados han proclamado que olvidar a Villar Palasí sería injusto y han pedido para su memoria una excepción en la draconiana ley.

Si nuestro impertinente buscador de honores a borrar se tomara la molestia, sería fácil que encontrara que el centro educativo de Burjassot bautizado como Villar Palasí tiene el buen gusto de explicar en su página digital quién fue y qué hizo el homenajeado; y que el centro de Orihuela anuncia la celebración de festejos con motivo de su 40 aniversario. Porque la clave de la desmemoria que se busca, al final, va a ser esa, precisamente: que Villar Palasí fue nombrado ministro de Educación en 1968, cuando la Universidad estaba en plena ebullición en demanda de libertad, y que en vez de aplicar la mano dura de su antecesor, Lora Tamayo, que presentó la dimisión extenuado por la tensión estudiantil, procuró aplicar recetas de pacificación y reformas de modernización, tanto en las aulas universitarias como en la enseñanza española en general.

¿No será que se quiere olvidar su huella porque aquella Ley General de Educación de 1970 no fue tan mala? ¿No será que los siete centros valencianos que llevan su nombre son fruto de una Transición que los construyó a pesar de las angustias de la crisis económica y los trasiegos del parto democrático? ¿No será, además, que la Transición ya era visible en gestos, talantes y actitudes durante los años sesenta?

Con todo, hay un mérito en Villar Palasí que exigiría no ya la inocente presencia de su nombre en unas escuelas, sino algo de peso, reconocimiento y contundencia académica mayor. Me refiero, claro está, a la creación de la Universidad Politécnica de Valencia, de la que se van a cumplir cuadro décadas en el año que llama a la puerta. Hacer lo que él hizo para su querida Valencia, en medio de la crisis estudiantil europea de Mayo del 68, fue sencillamente heroico. Y Valencia no se lo ha reconocido todavía.

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