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El primer plano del odio

MIQUEL NADAL

Viernes, 13 de octubre 2017, 10:24

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Sea cual sea el resultado final de todo esto ya hemos perdido. La serena alegría, la razón, es una especie en peligro de extinción, y gran parte de la tarea que nos corresponde emprender en el futuro consistirá en la profilaxis del odio, volver a enseñar a nuestros hijos y a quienes nos rodean que para etiquetar las banderas primero hay que dilucidar de qué material están hechos los mástiles, y si las manos que las enarbolan son manos de bondad o de violencia. Cuando uno repasa la galería fotográfica de los últimos dos meses y se fija en los primeros planos, rostros crispados, bocas en el momento de expeler el insulto, venas hinchadas entre el cuello y la mandíbula, manos y brazos en disposición agresiva y banderas que se esgrimen como arma, o se pasean como si fuera la capa de un héroe con poderes, se tiene la sensación de que son fotos con una resolución extraordinaria, pero son imágenes atrapadas en el tiempo, que nos remontan a fotografías antiguas de blanco y negro, de asesinatos en Sarajevo, Dantzig, el putsch de 1961 de los generales en Argelia o la guerra de Biafra. Hay gente estúpida que tiene vocación de pasar al libro de historia, cuando lo sensato, lo libre y lo que hace crecer a las sociedades es la entrelínea, el gris, la persiana que se sube y se baja a diario, el patriotismo de las buenas maneras, el de la politesse, la puntualidad en el transporte, el profesor que enseña y no adoctrina, la bandera negra y blanca de las declaraciones del IVA, la vocación de intrascendencia por ser un país aburrido en el que pasen pocas cosas, el himno con la música del ahorro, las cifras de las tasas universitarias, con la letra gris de la encuesta de la población activa y el incremento sensato del producto interior bruto. La apoteosis notarial que proclamaba Josep Pla. Pase lo que pase ya estamos contaminados, y para prueba exacta los actos del 9 d'octubre. El odio nace siempre de la charca corrupta de la falacia previa, de los argumentos y las falacias ad hominem, ad populum o ad baculum, o ad antiquitatem, esa aspiración al momento de gloria, a los piscinazos dictados con el objetivo de hacerse la víctima, engrandecidos por el relato perverso de cierto periodismo, que se justifica en la retransmisión, la audiencia, contar en directo, exhibir, comprender y explicar con la excusa de que está pasando, dando carta de naturaleza a lo que está en primer plano, cuando fuera de plano está la vida, la prudencia y la sensatez, las familias que celebran la fiesta oficial de su Comunitat viendo una película de espías, peloteando en un parque con un sobrino inquiero o visitando a un familiar enfermo. Le leía a Rafael Reig: «Recuerda: alguien tiene que ser arrojado al abismo, para que las mandíbulas se cierren mientras lo devora». No nos arrojemos nosotros al abismo confundiendo la realidad con el primer plano.

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