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Si decíamos ayer que Pablo Iglesias se ha revelado como una especie de extraterrestre que con excesiva frecuencia no entiende cómo funciona la sociedad española y cuáles son los resortes que la hacen girar, Albert Rivera ha comprendido y asumido el momento histórico, ha olfateado el rastro como un sabueso diligente y se ha puesto en cabeza de una creciente sensibilidad que se manifiesta externamente en las miles de banderas colgadas de los balcones y que ya se refleja en las encuestas de intención de voto. Ponerse en contra del cupo vasco es claramente electoralista, una iniciativa propia de un partido que está en la oposición, o que respalda al Gobierno pero fuera de los despachos del poder. Las dos grandes formaciones, PP y PSOE, saben que por injusto y discriminatorio que resulte no es ahora cuando hay que tocar un privilegio que hasta en Bruselas chirría. Con esta postura, el partido naranja es perfectamente consciente de que sus posibilidades electorales en el País Vasco son cero pero a cambio le acredita en el resto de España como un partido nacional, español, que mira primero por el interés del conjunto del Estado que por el de cada una de sus comunidades autónomas. Porque éste es, en definitiva, el principal atributo que puede presentar Ciudadanos frente a los demás, el de ser un partido españolista que intenta superar las contradicciones y enfrentamientos que atenazan a populares y socialistas entre sus direcciones nacionales y las regionales.

El incremento electoral que vaticinan las encuestas ha puesto nervioso tanto al PP como al PSOE. En cuanto se pone sobre la mesa un asunto de interés estatal pero con aplicación autonómica, como el de la financiación, se hace evidente que diecisiete piezas separadas no acaban sumando una entera. Con el Plan Hidrológico Nacional y los trasvases ya ocurrió algo similar. Precisamente por eso, llama más la atención que Ciudadanos de la Comunitat Valenciana se sumara el pasado sábado a la manifestación contra la infrafinanciación valenciana, compartiendo la marcha con el tripartito de izquierdas/populista/nacionalista. Y no porque la reivindicación sea injusta, que a estas alturas ya nadie niega que Valencia está mal financiada, sino porque ese no es su discurso ni ahí está su caladero de votos. Si el partido de Fernando Giner, Toni Cantó y Mari Carmen Sánchez se escora demasiado hacia un perfil valencianista perderá el atractivo que puede tener para los votantes españolistas que buscan que el Estado recupere no tanto competencias sino un cierto control sobre la ejecución de las mismas, sin que eso le convierta -como interesadamente apuntan algunos analistas y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez- en una formación de extrema derecha.

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