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La política está en el aire

Espadas ·

Ferran Belda

Lunes, 25 de junio 2018, 10:50

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El día en que la Consejería de Medio Ambiente -de antes y de después de Julià Álvaro- y la delegación correspondiente del Ayuntamiento de Valencia dieron por buena la modificación de la red de medición de la contaminación atmosférica del Cap i Casal llevada a cabo por el PP me sentí tan decepcionado como el falangista del chiste: «¿Y para esto morimos un millón de españoles?» ¿Para que los que antes se quejaban de que el PP alejaba los medidores de las zonas más transitadas de la ciudad digan ahora que están perfectamente ubicados porque no les conviene que muestren lecturas pesimistas? Por seguir con la broma franquista, si lo sé no me levanto en bolígrafos, como me levanté en aquel entonces, en contra de lo que para unos cuantos, entre los que me contaba, constituía un burdo engaño, una manipulación permanente de los datos, y para otros, una adaptación de la Red de Control y Vigilancia de la Calidad del Aire a la legislación comunitaria.

El sistema empezó a funcionar en 1994 con seis estaciones automáticas situadas en algunas de las arterias de mayor densidad circulatoria de la ciudad: Nuevo Centro, la calle Linares, Ausiàs March, avenida de Aragón y plaza de España. ¿Qué hizo el consistorio conservador en cuanto la información que suministraban empezó a resultar alarmante? Alejarlas del mundanal ruido. Ojos que no ven, corazón que no siente. En 2002 mandó la de la plaza de España a los jardines del Real. En vista de que la situación no mejoraba o porque, en efecto, lo pertinente era detectar la contaminación latente en la espesura de la floresta urbana o suburbana, en 2009 desterró el medidor de Pío XII al parque de Cabecera. Y como quiera que las cifras no resultaban todavía muy tranquilizadoras, en 2010 aún acomodó el observatorio de Linares en un tramo del bulevar Sur que le permitía trasladar a las estadísticas la paz del cementerio. Con lo que se pudo alcanzar al fin el objetivo deseado, que no era otro que bajar los registros de NO2 a la mitad. Demostrando que Graham Greene no andaba errado cuando opinó que la política está en el aire que respiramos.

Pero hete aquí que cambian las tornas, el tripartito toma el poder, y de repente nos encontramos con que lo que en tiempos del PP era para la izquierda una engañifa, una forma burda de manipular la realidad ambiental, cumple ahora a la perfección «los criterios establecidos por la normativa atmosférica vigente». Hasta el punto de que ni Joan Calabuig, que amenazó con denunciar ante la justicia los traslados de observatorios cuando era portavoz de la oposición municipal, se dignó a hacerle notar a su camarada Pilar Soriano que, aunque fuera por picardía, no debería elogiar la distribución de los puntos de muestreo. Y ha tenido que ser el Síndic de Greuges José Cholbi quien les regañe por hacer trampas al solitario y les pida, ay, que revisen la ubicación de los detectores.

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