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PODER DE SEDUCIR Y AL REVÉS

BURGUERA

Lunes, 16 de octubre 2017, 10:17

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O sea, la seducción del poder, y detrás de todo ello, manejar la autoridad social. He aquí una razón extrema de la política: mandar. El caso es cómo, a través de qué medios. Inicialmente imperaba la ley del más fuerte. La 'autoritas' en manos del más listo de los más brutos. Luego la cosa se complica porque cada vez somos más y aparecen los ejércitos y de ahí a las estrategias. Tanto se complica que la fuerza de la palabra rivaliza con la fuerza de la acción. Y en esas estamos. Pero el ciudadano debe estar alerta. Para seducir al personal, ser elegido por todos, o se hace muy bien las cosas que dan prestigio o se dicen cosas prestigiosas. Todo esto deriva, planteado con simpleza, en que los ciudadanos nos dejamos convencer por el éxito de los adinerados o el por el de los laureados por su intelecto. El lado oscuro de todo esto es cuando nos planteamos si el supuesto generador de riqueza lo es de verdad y la logró por sus méritos (que no es una herencia), y si es cierto que el presunto intelectual sea brillante. De ahí los falsarios, los que nos engañan. Al final, el porcentaje de talento que sobresale no es tan alto, de modo que los mediocres que quieren alcanzar la cumbre social tienen que aprender a seducirnos, y quien dice personas mediocres dice, por ejemplo, partidos políticos mediocres, que nos ofrecen sus equipos de dirección, publicitados por su capacidad, esa que les ha permitido tener prestigio profesional (y dinero) o prestigio intelectual (y autoridad moral). Y nos engañan, claro, porque entre los verdaderamente capacitados nos cuelan a sus inútiles y a sus mediocres, a los que, no obstante, blindan de méritos, en unos casos para gestionar haciendas y en otros para generar ideas. La mala deriva de todo esto son dos. Por un lado, cuando aparecen los que, sabiendo las ventajas de tener dinero (y autoridad) ni se lo piensan y meten la mano en las arcas públicas para reforzar su poder. Por el otro, los que pervierten el camino del reconocimiento intelectual para revestirse de un prestigio que les permita justificar su autoridad moral. Tropezamos, por tanto, con dos maneras de pervertir el argumentario de cara al lector: yo soy mejor porque he sabido hacer pasta; yo soy mejor por mi superioridad intelectual. El problema es cuando no se sabe generar riqueza sino robarla y cuando uno es un zoquete del montón pero tiene muchos amiguetes dispuestos a señalarle como brillante. De este modo, las organizaciones políticas se rodean de supuestos intelectuales y de supuestos generadores de riqueza, pero el fin último de unos y otros es el mismo, la autoridad, y de ahí que en ambos terrenos haya tanto impostor, tanto aparataje ficticio: por el poder de la seducción y lo que seduce el poder.

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