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Alexis, las negras. ¿No te gustan las negras?» Lo intenté. Juro que con todas mis fuerzas. Primero con un tono conciliador. De colega. Después apreté. Como si la autoridad del padre fuera suficiente para tumbar la dictadura 'marketiniana' de las grandes marcas. Esas que han absorbido el cerebro de nuestros hijos futbolistas. El niño, de 10 años, cargó con unas de botín amarillas y naranjas. Descartamos por imposición paterna una combinación de blanco y fresa helado. Las que superaban los 100 euros no se podían ni mencionar. Ni que el niño fuera David Villa. Unas modernas sin cordones también quedaron aparcadas por malditas. Al único que se las he visto es a Orellana y Marcelino no cuenta con él. Y llegamos a la elección final con las compradas y unas negras. Todo mientras un servidor tenía entre sus manos unas Adidas Copa Mundial que acariciaba con la mano por la parte de los tacos de aluminio. Reconozco que no puedo describir la sensación. Cerrar los ojos era volver a los tiempos de las Marco y las Franjo. De la grasa de caballo, del trapo, de limpiar las botas para quitar el barro. De cuidarlas porque no había otras. De atarse los cordones por debajo de la bota. «Me gustan éstas», decía el niño. Las de colorines, las del botín, la de los tacos amarillos, las condenadas botas... «¿Y las negras? ¿No te gustan las negras?», repetí cada vez que pude regatear en su pensamiento único. Y acariciaba las Copa Mundial esperando un sí. El niño se levantaba, pisaba fuerte, con el claqué de los tacos como banda sonora hipnotizadora. «Me gustan éstas», decía una y otra vez. Intenté ofertar unas Mizuno de color poco estridentes. Nada. Eché un vistazo por el resto de la tienda, por si en algún rincón había una salida honrosa al asunto de las botas. No encontré una rendija al consenso. El niño, mi hijo, preguntaba: «Papá, ¿estas quién las lleva?» Como si el padre, por ser periodista deportivo, tuviera que saber el calzado de cada uno de los futbolistas de Primera División. «No lo sé. A mí me gustan las negras», sentencié. Y el niño a lo suyo. A bailar claqué con los coloreados borceguíes ante la infinita paciencia del dependiente de la tienda. «¿A usted no le gustan más las negras?», pregunté al empleado con la intención de buscar un aliado en mi cruzada. Las Copa Mundial, mientras tanto, seguían en mi mano. «Yo no digo nada, así nadie me puede decir luego que si yo he dicho, que si tal...» El tiro me salió por la culata después de que aquel que yo esperaba que fuera mi compinche optó por la vía salomónica. En el fondo sé que él también hubiera comprado las negras. Ahora, tras las blancas, las rojas, las azul plomo y las amarillo fluorescentes tenemos en casa unas de botín amarillas y naranjas. No pasa nada. Un día mi hijo seguro que me dirá: «Papá quiero las negras».

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