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Mucho más que un palmito y una peluca

Mucho más que un palmito y una peluca

PACO LLORET

Sábado, 25 de noviembre 2017, 00:59

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Jaume Ortí encarnaba una voluntad permanente de unión y concordia. Dos virtudes de las que, por desgracia, ha carecido el valencianismo a lo largo de su vida en demasiadas ocasiones. No era una postura impostada de cara a la galería ni por quedar bien. Ortí fue a lo largo de su existencia una persona próxima y dialogante, cercana y afectiva. Nunca cambió por las circunstancias ni por el cargo. Trataba a todos por igual. Esa sencillez le granjeó el afecto y el reconocimiento cuando abandonó el cargo después de haber estado al frente del club de Mestalla en el ciclo de mayor gloria desde los años cuarenta del siglo pasado.

Su proverbial afabilidad con todo el mundo le convirtió en un rara avis, no le recuerdo ningún enfrentamiento más allá de alguna discrepancia de tono menor. Jaume Ortí se mostró siempre como una persona humilde y sincera, defensora de los intereses del Valencia CF en todos los foros y que daba la cara con ese estilo directo y un léxico atropellado que desarmaba a cualquier interlocutor. En un mundo tan propenso a los gestos y al culto, el expresidente deja para el recuerdo eterno dos estampas inolvidables: el célebre palmito de su Aldaia natal, paseado por el césped del desaparecido campo de Sarrià , en la jornada final de la Liga conquistada en 1971 y la peluca naranja inmortalizada sobre el césped de La Romareda tras un triunfo vital para ser campeones en 2004. Más de treinta años separan ambas citas.

La figura de Jaume Ortí estará siempre asociada a una época dorada, con un equipo maravilloso dirigido por la batuta de un gran entrenador. Aquel período, sin embargo, no estuvo exento de numerosas dificultades ni de graves problemas, sorteados con ese don natural que le distinguía a un presidente que llegó al cargo por accidente. El destino recompensó su natural entusiasmo y voluntad constructiva. En el verano de 2001, después de rozar por dos veces la gloria continental, Mendieta, el emblema de aquella generación, decidió volar; Pedro Cortés se vio forzado a dimitir y Héctor Cúper renunció a continuar. Un panorama sombrío se cernía sobre la entidad, cargado de contradicciones, nadie quería hacerse cargo del equipo. El recambio en el banquillo fue Rafa Benítez por eliminación de otros técnicos más contrastados que se negaron a aceptar la oferta de dirigir al Valencia.

Así se escribe la historia. De repente, un equipo al que los más agoreros auguraban un futuro complicado, se rebeló y se llevó el campeonato en La Rosaleda. Cuando se presumía un fin de ciclo, sucedió todo lo contrario y en la tercera campaña de su mandato los valencianistas festejaron la mejor temporada de la historia: campeones de Liga, de la Copa de la UEFA y de la Supercopa europea. En el camino hacia la gloria hubo las habituales conspiraciones y las consabidas guerras internas, Ortí solía esquivar los problemas y salvarse gracias a un prodigioso instinto de supervivencia. Un equilibrista sin red que nunca se caía. La complicidad con la grada se puso a prueba en más de una ocasión, y la desafortunada e injusta bronca recibida en la presentación veraniega de 2003, por culpa de una política de refuerzos cuestionada desde dentro y desde fuera de la entidad le afectó en su fuero interno. Aquel tórrido verano acabó con otro incendio considerable. La oferta del Real Madrid a Fabián Ayala, la posible llegada de Eto'o crearon un rompecabezas gigantesco.

El Valencia protagonizó una memorable campaña, sufrió una crisis deportiva tras el polémico duelo en el Bernabéu, del que se repuso con una energía impresionante. Una orquesta que tocaba como los ángeles. En 2004 se tocó el cielo, se consiguió el título honorífico de 'mejor equipo del mundo' y una vez más, cuando todo estaba a favor, desde dentro se dinamitó el éxito. La marcha de Benítez fue el primer paso. La debilidad accionarial le costó el cargo a Ortí cuando el Valencia había iniciado el curso a toda máquina. En la ciudad alemana de Bremen se escenificó la tragedia. Shakespeare hubiera encontrado materia para una obra maestra en aquel relevo forzado. Desde el retiro forzado, Jaume Ortí mantuvo siempre una postura digna y de lealtad hacia el Valencia. El paso inexorable de los años agigantó su figura y realzó el mérito de aquella época.

Ahora el valencianismo llora su muerte y se siente huérfano. Se ha ido un presidente distinto, un hombre que te ganaba en la distancia corta a las primeras de cambio, siempre dispuesto a ayudar y a escucharte. No pedía nada a cambio. Era así. Se le echará en falta. Mestalla le honrará mañana, pero su recuerdo queda para siempre. Descanse en paz, Jaume Ortí.

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