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De entre las perlas ofrecidas por aquella película, 'El desencanto', que usaba al poeta y prócer del franquismo Panero para simbolizar la putrefacción de la dictadura, recuerdo una que se me antojó memorable. «Los Panero siempre han tenido mal vino», comentaba Michi, el hijo pequeño. Luego también añadía que eran gritones y algo violentos. Ignoro si existe alguna razón científica, pero la ingesta de alcohol en pequeñas proporciones a ciertas almas les sienta de maravilla y a otras no. Esa persona de normal sosa, con una copita irrigando sus entrañas, se transforma en un ser preñado de ingenio que concentra la atención del resto por su manera de narrar las anécdotas. Y, en estos casos, no importa la calidad del chascarrillo contado, sino el tono empleado. Fernando F. Gómez, en un célebre documental, defiende el whisky como licor capaz de lubricar el funcionamiento de una velada. «Usted le da whisky a la reunión y, de repente, la conversación fluye animada», apunta. Sin embargo, otros semejantes, con esa misma cantidad de copazo, se transforman en gentes desagradables que sólo disparan groserías contra el prójimo. Les ataca ese fenómeno conocido como «mal beber» o «mal vino». Entre otras chorradas asumidas como dogma por la siempre peligrosa sabiduría popular, se repite demasiado lo de «los niños y los borrachos siempre dicen la verdad». Falso, en general dicen tonterías. En esto de darle a la frasca, en fin, resulta imposible ceñir un patrón y cada cuerpo asimila la priva a su manera. Pero algo ha debido de suceder cuando la Junta Central Fallera pide a los delegados que no pimplen durante los actos. Se sospecha que alguno, recrecido por los cubatas, deslizó comentarios machistas. Vamos, que mientras estén de servicio se impone la ley seca. Coño, como los pasmas de las películas americanas.

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