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Gracias a la silenciosa tarea de los jueces miles de preferentistas estafados por la voracidad de ciertas entidades bancarias recuperaron sus ahorros. Gracias a la firme labor de los jueces los mangurrinos de la política que desviaron hacia sus bolsillos dineros públicos se sentaron en el banquillo y chuparon trena. Durante el abismo de la crisis fueron los jueces los que mantuvieron el tipo en medio de la tormenta.

Pero los jueces, ya sabemos, merecen nuestro reconocimiento si fallan a nuestro favor, en caso contrario sólo reciben nuestros insultos, nuestra ira. Y nuestro acoso. Los independentistas siempre proclamaron su pacifismo. Hasta que la maquinaria de la Justicia, lenta pero severa, les paró los pies, pues entonces se encresparon hasta deslizarse por la senda de la violencia. Los jueces que persiguen a los independentistas que se saltaron la ley reciben amanazas y pintadas. Olvidan los amantes de la amenaza que no se les detiene por sus opiniones independentistas, sino por zancadillear la leyes para conseguir sus fines. En esta sociedad nuestra, de vez en cuando, aporrean a los médicos allá en los hospitales, lo cual nos traslada hacia un estado de barbarie insoportable. Si no respetamos a los doctores que velan por nuestra salud, estamos perdidos. Colocar ahora a los jueces en el punto de mira, sospechar acerca de su integridad, también nos arrastra hacia los tiempos broncos de las aldeas sin ley, de las tribus cerriles, de los imperios de los energúmenos que caminan bajo su armadura ideológica. Ni los jueces que investigan las trapacerías de los Pujol o los ERE andaluces son unos fachas ni los que trincan a los de la Gürtel son unos rojazos. Cumplen con su trabajo, ni más ni menos. Y si no somos capaces de observar esto con un mínimo de sensatez es que estamos realmente enfermos.

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