Dagas Venenosas
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Viernes, 27 de abril 2018, 10:34
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Me recorre un escalofrío cuando observo al jerarca de un partido político abrazar con gran fanfarria a un subalterno bajo el atronador aplauso de los dóciles miembros de la secta. No hace ni dos semanas, en la cuchipanda pepera de Sevilla, Rajoy rodeó con sus brazos a Cristina Cifuentes con la banda sonora de los pelotilleros vítores y me dije eso de «uf, está muerta». Esos abrazos son como el beso que recibe el pobre Fredo cuando su propio hermano le condena a muerte por traidor en la saga 'El padrino'. De blanco nuclear, el color de la pureza virginal, apareció la blonda Cifuentes para certificar su defunción tras una interminable agonía. Habló acerca del linchamiento padecido. Bien, vale, de acuerdo. Pero hace también unos pocos días justo aquí al lado, en una píldora de la sección 'En voz baja', se rememoraba con notable oportunidad el comportamiento de la recién dimitida cuando la que sufrió la persecución fue Rita Barberá. A estas alturas, por cierto, ¿alguien recuerda de qué acusaban a Rita? ¿Linchamiento murmuraba Cifuentes? Si Rita Barberá viviese le podría ofrecer un máster, gratis total, sobre los linchamientos y sus consecuencias. No tuvo ninguna piedad Cifuentes con la compañera valenciana de su partido. Ninguna. «Yo sé lo que haría en su lugar», se permitió pronunciar muy digna, para añadir algo más tarde que «debería de renunciar a su escaño». Sorprende tanta crueldad cuando aquí, quien más y quien menos, qué le vamos a hacer, somos humanos, esconde detalles viscosos entre los pliegues de los íntimos rincones oscuros. Encima le han permitido un (interesado) arrebato elegante a Pablo Iglesias: Tiene razón cuando opina que lo de la (presunta) cleptomanía en realidad conmueve y que debería de haber dimitido por lo demás. Los abrazos en política afilan las dagas venenosas.
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