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«Fum de botja»

Los valencianos de antes no se quejaban por la quema de paja de arroz ni por la del embojado del gusano de seda

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Domingo, 26 de noviembre 2017, 09:19

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El miércoles, el Ayuntamiento recomendó no hacer ejercicio físico al aire libre a causa de la «contaminación» producida por la quema de la paja del arroz. Fue como un aviso de que, el día en que nos oigan toser, no les temblará el pulso y prohibirán que los coches circulen, que es lo que quieren.

En prueba de buena ciudadanía y obediencia, yo decidí extender el consejo a un mes entero. Y me refugié en casa, agobiado por recurrentes ataques de risa. En mi retiro, me esforcé mucho en explorar la colección de LAS PROVINCIAS de «antes de la guerra». Y no encontré ni una sola noticia de queja por la quema de paja del arroz en los campos. También es verdad que no localicé ninguna información que hablara del tradicional sistema de quema controlada de nuestros arroceros: da la impresión -que no quiero elevar a conclusión- de que la paja del arroz se quemaba, como ahora, solo en parte. Y que esa labor de aburrido ritual, sencillamente no era noticia. Solo en 1930 se puede localizar, eso sí, una protesta formal ante el Ayuntamiento por las molestias del humo procedente de la quema de paja de arroz... en la caldera del Molino Veintimilla, en el barrio de Arrancapins.

Sin embargo, sí es fácil encontrar noticias que señalan que la paja era un bien valioso, aunque fuera barato. La Guardia Civil detenía por robar sacos de paja de arroz, por ejemplo. Y la sección de sucesos lamentaba mucho el incendio fortuito de almiares donde había grandes cantidades de este residuo vegetal, o de transportes que lo trasladaban. En 1883, recordó nuestro diario, sesenta barracas del Palmar ardieron contagiadas por un incendio nacido en un pajar ubicado junto a viviendas; y ese mismo año se quemaron otras 40 barracas en Silla por la misma causa.

En el primer tercio del siglo XX, como ahora, menudeaban las noticias sobre aprovechamiento de la paja de arroz: en 1925, la página de agricultura de nuestro periódico daba consejos destinados a aprovecharla en la preparación de abonos para los campos. El uso para confeccionar sombreros de señora puede levantar sonrisas; pero la aplicación de la paja de arroz, transformada en celulosa, para fabricar pólvora, o para generar papel, ya parecen noticias más respetables; al menos lo fueron para los redactores de los años veinte. En 1923 había una fábrica de papel en las inmediaciones del actual hotel Alameda Palace; y lo sabemos porque perdió su inmenso pajar en un violento incendio.

No da tiempo a detallar otros humos molestos que los valencianos asumían como necesarios por proceder de una industria tan propia como la de la seda. En medio del barrio de Velluters sigue existiendo la plaza de la Bocha, donde sin duda se quemaban toneladas del embojo -cientos de manojos de boja, abrótano o artemisa- necesario para que el gusano de seda hiciera su capullo felizmente. «Fum de botja»: ¿Quién se iba a quejar si se comía gracias a eso?

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