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Sólo la exalcaldesa Rita Barberá sabe, y desgraciadamente ya no lo puede contar, todo lo que sus socios en el Gobierno local le hicieron pasar en aquel primer y convulso periodo de coalición entre el PP y la desaparecida Unión Valenciana, de 1991 a 1995, cuando los regionalistas liderados por el también desaparecido González Lizondo ya se veían en la Alcaldía y en el tramo final de la campaña electoral vieron cómo los populares les adelantaban y se quedaban con el despacho de la chimenea. No sólo porque Lizondo se lo puso difícil en la negociación del pacto, que también, pues no hay que olvidar que consiguió para su formación las concejalías de Urbanismo (ahí es nada), Cultura y Fiestas, la niña de sus ojos, sino, sobre todo, porque luego llegaron los episodios protagonizados por Martínez León y por García Broch que hicieron temer la continuidad de Barberá en el poder. Hasta el punto de que tuvieron que comulgar con ruedas de molino tan poco de su gusto como la estatua de Francesc de Vinatea en la mismísima plaza del Ayuntamiento, personaje histórico elevado a los altares por los valencianistas y aceptado a regañadientes por los populares en unos tiempos en que sus antecedentes penales (los de Vinatea) -por haber matado a su esposa haciendo uso del derecho que el siglo XIV asistía a los hombres, no a las mujeres, para acabar con la vida de su mujer si la descubrían en flagrante adulterio-, o no eran conocidos por Barberá y sus concejales o fueron pasados por alto.

Aquellos, en definitiva, eran otros tiempos, nada que ver con ese rebaño de tiernas ovejitas que al alcalde Ribó le tocó como regalo caído del cielo en los comicios de mayo del 2015. Aquí no son los socios los que meten en problemas al alcalde sino que es el alcalde el que hace tragar carros y carretas a sus compañeros de Gobierno a cuenta de las peculiares ideas del concejal Grezzi (prohibición de aparcar en el carril bus por la noche, reforma unilateral de la plaza del Ayuntamiento...) o de la doctrina emanada directamente desde la Alcaldía y por la cual manteros, vendedores ambulantes de todo tipo y condición, pedigüeños, sin techo, okupas y gorrillas son intocables para la Policía Local que está en manos, mira tú por dónde, del PSPV. Pero lo mejor de todo, sin duda, ha venido con el plan del Cabanyal, en el que los socialistas también se comen el marrón y aguantan el chaparrón vecinal para que ahora llegue el alcalde y sin arrugarse el jersey (más de lo habitual) quede como el bueno de la película y el que promete que se rectificará lo que haga falta para que los residentes en el barrio estén contentos y no sigan protestando. Menuda banda de pardillos capitaneada (es un decir) por Sandra Gómez. Lo que hubiera dado Rita Barberá por unos socios así en el ya lejano 1991.

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