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Ñoñería milenial

ARSÉNICO POR DIVERSIÓN ·

El iceberg oculto de los milénicos contiene toneladas de desautorización hacia todos menos hacia el ego analfabeto

María José Pou

Valencia

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Lunes, 14 de mayo 2018, 13:15

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Son «millennials». Los representantes de España en Eurovisión y buena parte de los eurofans son milénicos, pertenecientes a esa generación que se siente desanimada ante la crisis y las escasas perspectivas de futuro. Son desencantados del mundo a quienes, seguramente, hemos mimado en demasía haciéndoles creer que la explosión de su personalidad es, por manifestarse libremente, siempre válida. Muchos de ellos no creen en más autoridad que su propio imperativo categórico pero no el kantiano sino el social. Si lo respalda Twitter, es aceptable. Es la materialización de la ética universal. ¿Qué más global que las redes sociales?

Por eso pueden decir que su clasificación en el festival es, con perdón, «una mierda». Es la frase que, en adelante, asociaremos a este episodio desde que el chico regaló a la chica un libro cuyo título relacionaba España con la expresión escatológica. Desde entonces hubo quienes consideraron con el mismo apelativo a nuestros representantes y todo lo que giraba en torno al evento televisivo. Visto el resultado, qué mejor que volver sobre la frasecita para calificarlo. Y tentada he estado de reservarla también para el título si no fuera porque se me hace muy feo aunque tenga todo el sentido del mundo.

Lo que me preocupa no es tanto el papelón de España en una cita caduca, innecesaria y suprimible sino ese tono informal que justifica la mala educación en aras de libertad y frescura. Decir «mierda» no nos hace más frescos sino menos elegantes. No sé si su música, sus ideas políticas o su ñoñería que tan bien vende en nuestro país son «una eme» pero su forma de hablar es simple, básica, insulsa e infantil. Concluir en que algo es guay o una eme es un pobre juicio sobre lo que sea, pero más aún desautorizar a quien juzga. No me refiero tanto a los extraños algoritmos de Eurovisión sino a cualquier experto. En los últimos años hemos asistido a un boom de 'talent shows' donde los aspirantes a genios, en cualquier disciplina, se someten a la valoración de los maestros. El problema es que ni siempre juzgan los mejores ni lo hacen por criterios técnicos o con finalidad formativa sino televisiva. Eso ha hecho que no nos parezca rara la rebeldía de un candidato ante un modista de primer nivel o un chef con tres estrellas Michelin. El ofendido, a menudo, en lugar de achantarse y tomar nota, se revuelve contra el juzgador por su falta de criterio. Una manifestación más de ese iceberg oculto de los milénicos, que contiene toneladas de desautorización hacia todos menos hacia el ego analfabeto. Amaia y Alfred han dicho que no les importa la pésima posición y sus seguidores cubren el fracaso con la gran aventura de amor que viven. Eso también es muy milénico. Love is in the air. Es el Romanticismo de nuevo cuño que todo lo cura y todo lo perdona. Un Romanticismo que vive sus propios «Sturm und drang», sentimiento y subjetividad por encima de todo.

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