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LOS TRENES VAN AL NORTE, EL AVE SÓLO A MADRID

LOS TRENES VAN AL NORTE, EL AVE SÓLO A MADRID

Son medios casi contrarios. El AVE no consiste en otro tren más rápido, sino en un avión sin cielo. En uno viajo, en otro me teletransporto

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 14 de mayo 2018, 09:57

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Los periplos en tren han cambiado, pero no tanto. Ahora, se dispone de enchufe entre las piernas para el portátil y el revisor de uniforme desaliñado que, en tiempos, agujereaba los billetes, reparte auriculares para sumarse al teleclub del vagón. Tal vez, la novedad más destacable no sea lo mullido de los asientos, ni que los pasajeros vayan hablando por teléfono como si pronunciasen frases históricas pidiendo mármol, sino el aire acondicionado. En efecto, la aversión al desodorante, que persiste como seña de identidad española, se amortigua gracias a esas frigorías. Ya no apesta a sardina, ajo, pis o pies y eso que abundan las camisetas de tirantes masculinas.

En lo básico, sigue siendo lo que era, un desplazamiento lejano, premioso, meneado, concurrido y con vistas. El primer Talgo lo cogí de la mano del Otropá, de Benicasim a Valencia, para que me pincharan la antitetánica. Después, de soldado a Valladolid, de estudiante a Roma y de Alfredo Landa, con el meyba debajo del pantalón, a todas partes, gasté una vida saltando de andén en andén. Aquí donde me ves, he pillado una infección sudando en 'El Sevillano', he dormido en coche cama hasta La Coruña, niñas de primera me han tocado la guitarra en compartimentos de segunda y, encerrado en el retrete de un largo recorrido, te escribí sin conocerte cuando aún era poeta. Sin trenes yo no habría ido a ningún sitio.

Hoy he vuelto a coger un tren. Ya ves. No un AVE, ¡un puto tren! Y me doy cuenta de que, AVE y tren, son medios muy distintos, casi contrarios. El tren no me esperaba en la estación, se retrasó y le esperé yo. El destino oficial de mi tren no era Valencia sino Lorca y debí de adivinar si sería el siguiente. Un tren no evita ningún apeadero en que haya gente con maletas o novias diciendo adiós. Desde la ventanilla del tren, ni los naranjos ni el mar son imágenes corridas, se dejan mirar. El AVE no consiste, por tanto, en otro tren más rápido, sino en un avión sin cielo. En el tren viajo, en el AVE me teletransporto.

Cuando era joven, todos los trenes iban hacia Europa, pero, en la actualidad, el AVE sólo va a Madrid, ahí tienes la diferencia. ¿Por qué, desde Valencia, se llega a Madrid en menos de hora y media en AVE, pero a Barcelona todavía tardas casi cuatro horas en tren y a Francia ni te cuento? Incomprensible. Los trenes siguen parando, en Valencia, en la nostálgica Estación del Norte y el AVE, sin embargo, en un tinglado provisional. Se me ocurre que representan cursos morales alternativos: uno a la medida del hombre, el otro a la de sus obligaciones. Los trenes se demoran por la piel España como mi dedo mojado sobre tu espalda, si tomases el sol sin la parte de arriba del bikini. El AVE, en cambio, sube y baja en un periquete por esa misma llanura, sin fijarse en el paisaje, igual que la cremallera de un jersey de invierno. No hay color.

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