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BAJO LA TEMPESTAD

BAJO LA TEMPESTAD

UNA PICA EN FLANDES ·

Si tan rápido olvidamos a quienes conquistaron nuestra libertad, será que ya tenemos el culo puesto para la próxima esclavitud

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 28 de mayo 2018, 10:29

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Mientras la tormenta arreciaba, me refugié a cenar con Lech Walesa, en un viejo edificio soviético, repintado como un pastel y transformado en restaurante, en Riga. No éramos más de ocho a la mesa. Como en cualquier república báltica, el tema fue el constante retorno de las salazones, vengan de la despensa o del badajo de la momia de Lenin. Uno de los comensales, candidato a primer ministro en las elecciones letonas, le dijo a la exministra de exteriores que sumó el país a la Unión Europea, sentada a mi derecha: «Imagina lo improbable que resultaba, en los sesenta, que esta reunión de hoy se produjera, ya que entonces, yo estaba exiliado en Estados Unidos, tú prisionera en un campo en Siberia, Esteban bajo la dictadura de Franco, Walesa currando de electricista en el astillero de Gdansk y el imperio comunista parecía invencible y eterno, así es Europa». Ella respondió: «En esta misma sala, de niña, me obligaban a aprender ballet implacables profesoras de Moscú, la Historia no se está quieta, nos arrastra como el río a los escupitajos desde el puente». Los relámpagos resplandecían a través de las ventanas.

Walesa, con impropias gafas naranjas, que, con la presentación de cada plato, se ponía de pie y se santiguaba, que conserva bien regado su inmortal bigote de gato montés, dejó notar que no compartía tanta nostalgia. Nos reprendió: «Ya está bien de hablar del pasado, yo quiero saber lo que pensamos sobre la robotización de la realidad y sobre China; necesitamos un sindicato Solidaridad europeo para afrontar la globalización y políticos con altavoces explicando a las naciones que, si no permanecemos juntos y nos ayudamos, no tendremos ninguna oportunidad; si no respondemos a los populistas diciendo la verdad, por difícil que sea la verdad, el pueblo sólo escuchará el discurso del miedo de los populistas; esta situación es peor que aquella a la que yo me enfrenté, desde la cárcel, al principio de la democracia; voy a ser un revolucionario hasta el día en que me muera». El aguacero sonaba de fondo.

Se precisan líderes, añadió, dirigentes capaces de anticipar lo que se avecina y preparar a la sociedad para el cambio digital, sin embargo, por desgracia, no surgen más que meros gestores de la escasez de recursos públicos. En España es peor, intervine, nos matamos por el poder, pero no sabemos competir por él. Ni dialogar, ni negociar, ni construir acuerdos. No sabemos hacer política. Un trueno salido de mi móvil chocó contra los miradores.

Tras despedir al héroe, se acercó un joven pariente de alguien y preguntó: «pero, ¿quién era ese señor mayor que se ha ido?» En ese momento, descubrí que Walesa tiene razón: si tan rápido olvidamos a quienes conquistaron nuestra libertad, será que ya tenemos el culo puesto para la próxima esclavitud. Y me apliqué el cuento. España, la tempestad no ha hecho más que empezar.

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