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el daño

césar gavela

Miércoles, 13 de diciembre 2017, 10:48

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Cinco años de ignominia separatista dejan un panorama de tristeza, vacío y ansiedad. Una desolación que tiene algo de postguerra. La postguerra hasta ahora por fortuna incruenta de la postverdad. Cinco años de manipulación e insidia, de burla constante de la ley y de los jueces y de persecución minuciosa e implacable de todos los lazos que unen a la sociedad catalána con el resto de España, a la que pertenece desde hace siglos, nos dejan un paisaje de absurdo y odio, de fracaso y de puertas cerradas.

Porque el problema continúa vivo y poderoso. Porque las encuestas electorales, salvo milagro constitucionalista, aventuran un nuevo escenario político asfixiante en Cataluña. Porque los que han sido contaminados por la maquinaria de la supremacía, la manipulación y el desprecio no van a modificar sus anhelos. Porque el asunto está tan desbocado que hasta los profesores universitarios insultan groseramente en las redes sociales a los adversarios políticos. Porque el daño, atroz e histórico, ya está hecho. Y tan responsables como los partidos políticos desleales y oscurantistas, son las fuerzas estatales, PP y PSOE, que tantas veces escamotearon la senda de la dignidad y de la justicia. Que cerraron los ojos ante las provocaciones de un separatismo que ya estaba tan presente como disimulado en el primer gobierno de Jordi Pujol, allá en 1980. PP y PSOE hicieron concesiones estructurales, escandalosas, para mantener el poder en Madrid. Recordemos, en este rosario de calamidades cortoplacistas a José María Aznar, que ofreció la cabeza del líder popular en Cataluña, Alejo Vidal-Quadras para comprar los votos del nacionalismo catalán. O al PSC, que, propiciando a la larga su actual insignificancia política en Cataluña, promovió dos insensatos gobiernos tripartitos. El objetivo era tocar poder, al precio que fuera. Naturalmente, eso no es patriotismo, ni amor a España, ni a Cataluña. Ni tener la mínima ética exigible a cualquier ciudadano.

Todos son responsables, sí, aunque los decisivos son los secesionistas. Los que no han ahorrado ni falacias ni dineros públicos en perpetrar el actual desastre social de Cataluña. Desastre que no sabemos si será reversible o no. Porque parecidos experimentos sociales regidos por el odio en Europa en las últimas décadas -léase antigua Yugoslavia- produjeron monstruos en los que jamás hubiera creído nadie años atrás. Aquí hemos llegado al borde de ese precipicio.

¿Hay esperanzas? No tenemos más remedio que creer en esas esperanzas. Pero para creer desde la razón, es imprescindible que los partidos constitucionalistas no cedan un milímetro en la cruda lección que han aprendido en estos años. El daño es tan grave que solo cabe la firmeza. La unidad sin fisuras de los partidos democráticos. Porque nos seguimos jugando la paz, la libertad y la existencia de la nación española. El día 21.

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